Jueves, 28 de marzo de 2024

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La persecución en el primer período republicano (1)

por Victor in vínculis

Josep Gassiot Magret en su obra “Apuntes para el estudio de la persecución religiosa en España” continúa con este nuevo capítulo, mucho más extenso, que está enfocado desde la persecución y divide el periodo republicano en dos.
El 14 de abril de 1931 fue proclamada la República, y en su primer período, hasta el 19 de noviembre de 1933, hubo más de seis mil huelgas, casi el doble de las habidas en los años 1919 a 1923, o sea en el período anterior a la Dictadura. Nunca existió un mayor número de obreros sin trabajo. Por consiguiente las organizaciones obreras no quedaron satisfechas. Además cada partido o elemento revolucionario pretendía imponer su criterio o ideología, y se decía que la República tan sólo era una forma y lo importante era darle substancia 0 contenido. Así fue un período de continuas alteraciones de orden público y de agitaciones violentas.



No faltaron las intervenciones extranjeras, y así, siendo presidente del Consejo de Ministro don Manuel Azaña y refiriéndose a un movimiento de extrema izquierda que se había visto obligado a dominar, dijo en las Cortes:
En este movimiento preparado dentro y fuera de España, cuyos hilos en el extranjero están en posesión del ministerio, conocemos las personas que han ido al extranjero a recibir instrucciones de poderes enemigos del Estado español; sabemos la cotización hecha por fuerzas extranjeras para alentar este movimiento y la cantidad que ha sido librada a España para impulsarlo; conocemos las organizaciones extendidas por las zonas más sensibles”.



            La Solidaridad Obrera, de Barcelona, el 1 de agosto de 1931, decía:
“Los republicanos y socialistas fueron cobardes ante la revolución. Y los cobardes de ayer se sienten amparadores de las monstruosas crueldades ajenas. Nada hay más cruel que los cobardes. Desde ahora sabemos que las Cortes Constituyentes están contra el pueblo. Desde ahora no puede haber un momento de tregua entre las Cortes Constituyentes y la C.N.T.”.

            A esto contestaba “El Socialista” de Madrid:
Es de presumir que si el Poder no termina de una vez con el engallamiento (aire de superioridad, orgullo) clerical, fruto acerbo de su milenario predominio, haya de ser el pueblo en masa el que tome la justicia por su mano y sienta el regusto del 11 de mayo con esta diferencia: que si entonces se hizo blanco de los inofensivos conventos, sean ahora sus moradores las víctimas de su furor”.


Todas las discusiones que entre sí tenían las organizaciones revolucionares, se desviaban para acentuar cada una su máxima odiosidad religiosa. Y esta odiosidad no fue nunca provocada por la Iglesia, y con razón pudo afirmar Lerroux en uno de sus discursos: 
La Iglesia, a pesar de la quema de los conventos… nunca en ninguna parte aceptó tan resignadamente ni con mayor sumisión un estado de cosas tan contrario a sus intereses espirituales”.




Se dirá que con la República hubo un desbordamiento de los resentimientos y agravios que había producido la Dictadura; pero el general Primo de Rivera, en una nota del 31 de diciembre de 1929, decía que la Iglesia no asistía ni aplaudía la Dictadura.
La República se instauró sin encontrar resistencias, y, desde luego, sin ninguna por parte de la Iglesia, que inmediatamente hizo pública su compatibilidad con todas de Gobierno.
Y esto no obstante, su primer período fue de persecución, puesto que hubo, inmediatamente, quema de edificios religiosos, siguió la expulsión de unos prelados, ciertas disposiciones constitucionales, la secularización de los cementerios, el hacer desaparecer los crucifijos en las escuelas, la disolución de la Compañía de Jesús, la ley contra las congregaciones religiosas, el fomento de los divorcios y las continuas propagandas y provocaciones antirreligiosas.
Cada uno de estos hechos merece ser examinado.
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