Viernes, 19 de abril de 2024

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El eslabón perdido de la Nueva Evangelización

por Una iglesia provocativa

Allá por 2009 llegó a mis manos el libro del ahora recién nombrado asesor para el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización,  Mosén Xavier Morlans, titulado El Primer Anuncio: El Eslabón Perdido.

En aquel momento encontrar a alguien hablando del primer anuncio era un baño de agua en el desierto, pues muy pocos en la Iglesia entendían la necesidad de lanzarse en pos de la tarea del primer anuncio.

El problema no era teórico, doctores tenía y tiene la iglesia en el tema. Tampoco lo era magisterial, pues la Iglesia llamaba a la Nueva Evangelización desde hacía décadas. Pero del dicho al hecho hay un trecho, y pocos entendían la acuciante necesidad de retornar al primer anuncio.

Fue por eso por lo que el título del libro me encantó, porque calificaba de auténtico eslabón perdido a algo tan básico y fundamental como es el Kerigma, lo cual es toda una clave explicativa para entender la situación de crisis de la Iglesia.

En efecto, una Iglesia que catequiza a los bautizados sin convertirlos previamente entra en un problema pastoral de primer orden. Puede que en sociedades cristianas no se evidencie tanto, pero cuando las sociedades dejan de serlo y la gente abandona masivamente la Iglesia queda más que claro para quienes quieran entender lo que pasa.

Hablo en pasado de aquel título de libro porque en la Iglesia hemos vivimos mucho en los últimos dos años en los que el pontificado de Benedicto XVI, el cual como los buenos vinos, se pone más interesante a medida que pasan las estaciones.

Ahora no parece que lo que falte sean ganas de volver al primer anuncio, por eso florecen congresos y foros en los que la Iglesia y las diócesis se preguntan acerca de la Nueva Evangelización.

Pero como me contaba hoy  una gran amiga que se dedica al primer anuncio, su percepción es que después del primer anuncio también falta otro eslabón, y yo no puedo estar más de acuerdo con ella.

La pregunta del millón no es si somos capaces de adoptar métodos nuevos y ardorosos para traer de vuelta a la gente a la Iglesia. La pregunta es si esta Iglesia que tenemos tiene la capacidad pastoral de configurarse entorno al primer anuncio y lo que sigue, para poder acoger a toda esa masa de gente que podría volver a la Iglesia si supiéramos cómo predicarles el mensaje del Evangelio.

Cambiar la forma de hablar a los de fuera necesariamente tiene que modelar la forma en que hablamos a esa gente cuando ya está dentro. Si por la gracia del Espíritu Santo revivimos la fe en un alejado, o si nace la fe en un no creyente, no podemos sin más reintegrarlo al estado de cosas que nos ha llevado a estar donde estamos.

Hay que dejar que esa experiencia de conversión, esa experiencia misionera y ese reinventarse pastoralmente configure una Iglesia que necesariamente tiene que ser distinta a la Iglesia a la que estamos acostumbrados.

Distinta por supuesto en lo pastoral, no en lo esencial, como distinta puede ser en mil facetas más que ahora damos por sentadas,  pero que no son más que respuestas a modelos de sociedad y cultura concretos.

Para asimilar esto sin echarse las manos a la cabeza hay que entender que la Iglesia tiene la misma respuesta- Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre- por más que cambien las circunstancias, culturas y épocas en las que esta respuesta se proclame.

Y entendido esto, podemos ponernos a pensar si conviene más hacer la iniciación cristiana a tal o cual edad, el papel del laicado y la vocación misionera de todos los bautizados, la mejor manera de dar homilías o incluso la conveniencia  de volver al latín si acaso eso es lo que ayuda.

Y dentro de todo esto aparece el problema del segundo paso, el segundo eslabón perdido. Porque para pasar de una persona de la calle a un cristiano comprometido e integrado en su comunidad, hace falta más que un primer anuncio.

Hace falta un caminar en la comunidad, un catecumenado, y un acompañamiento que permita a la persona crecer y desarrollarse como cristiano. Hace falta “discipular” a la gente. No fabricar cristianos, ni asistentes a misa…sino verdaderos discípulos.

Y esto sólo se puede hacer creando verdaderas comunidades de fe, donde no sean un número, una estadística de recepción sacramental más, u otra solitaria alma en la anónima misa dominical.

Células, grupos de vida, comunidades neocatecumenales, comunidades de base…llámese como se quiera, y cada cual que lo viva según su carisma, con fidelidad a la Iglesia, a la parroquia y a su comunidad.

Creo que los tiros del segundo eslabón perdido van por ahí, por la reconstrucción de las parroquias y las comunidades cristianas desde el trabajo de aprender a ser discípulos en grupos pequeños.

Y esto es diferente a lo que hay en una iglesia como la de hoy tan centrada en unas maneras de hacer, orar y celebrar tan individualistas y anonimizadoras por más que se hagan en grupo, que no en comunidad.

 Quizás antes la cosa se salvaba porque las familias hacían esta función desanonimizadora, la de ser esa microiglesia donde uno nacía, recibía la fe, crecía y maduraba, siendo amado, siendo conocido, siendo educado, y siendo potenciado.

Sigo barruntando estas ideas, esperando madurarlas y concretarlas más. Sé que de momento son sólo eso, ideas…y necesidades que surgen como consecuencia necesaria de la labor de vuelta a la Nueva Evangelización, pues no tienen nada de teórico, son lo que gente como mi amiga y yo vemos trabajando en el primer anuncio.

Así que acabo con una pregunta, dejando la cuestión abierta:

¿Eslabón perdido o eslabones perdidos pues, en esto de la Nueva Evangelización?

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