Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Del domingo, el sabbat y Esperanza Aguirre

por Luis Antequera

 
            Una interesante película portuguesa titulada “Sostiene Pereira” me da pie para empezar este artículo diciendo “Sostiene mi buen amigo Español [D. Luis] en su artículo titulado “Aborto en Madrid: se acabaron las excusas”, publicado en este mismo medio”… que la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se ha cargado el domingo, al permitir que los comerciantes de la comunidad que así lo deseen puedan abrir sus comercios en días festivos. No es objeto de este artículo –podría llegar a serlo de otro, pero no de éste- entrar en las razones de la alegría que me produce esta nueva apuesta por la libertad, y porque quién quiera trabajar halle las menos trabas posibles para hacerlo. Y todo ello en el bien entendido de que la Sra. Aguirre no ha “obligado” a nadie a abrir las tiendas, sólo lo ha “permitido”. Sí me parece, en cambio, una excelente lanzadera para tratar un tema muy interesante, cual es la diferencia existente entre el sabbat judío y el domingo cristiano.
 
            Más allá de que el sabbat judío conmemore el día en el que Dios descansó al crear el mundo (Gn. 2, 1-3), y el domingo cristiano, por el contrario, la resurrección de Jesús “el primer día de la semana” (Mt. 18, 1; Mc. 16, 2; Lc. 24, 1; Jn. 20, 1), rebautizado así como “domingo” (“día del Señor”), lo que no es poco importante, la diferencia entre un día y otro se puede resumir en una frase: en el sabbat judío se impone el descanso; en el domingo cristiano se recomienda el descanso.
 
            Durante el sabbat, todo trabajo está prohibido. El Antiguo Testamento menciona muchas tareas concretas: así, cocinar (Ex. 16, 23), trabajar el campo (Ex. 34, 21), buscar leña (Nú. 15, 32-36), llevar carga (Jr. 17, 21-22), cargar los animales (Neh. 13, 15), comerciar (Neh. 13, 15 ss.), recoger comida (Ex. 16, 29), ¡encender fuego! (Ex. 35, 3)... Posteriormente, el Talmud sistematizará las prohibiciones en 39(1) categorías.
 
            A modo de divertido ejemplo para entender lo que puede llegar a significar un sábado en la mentalidad judía, baste citar el ejemplo del ascensor de un importante hotel israelí, el llamado “ascensor del sabbat”, que, para que su usuario no tenga que realizar el tan ímprobo como réprobo trabajo de tener que darle al botón, va parando, si es sábado, en todas las plantas del hotel, se hayan marcado o no.
 
            Lo más dramático sin embargo, no es nada de lo relatado sino que la violación del sábado era castigada… ¡con la muerte!
 
            “Guardad el sábado, porque es sagrado para vosotros. El que lo profane morirá. Todo el que haga algún trabajo en él será exterminado de en medio de su pueblo” (Ex. 31,1415)
 
            ¡Y no con cualquier muerte! Fíjense Vds. lo que le pasó al pobre desgraciado al que sus compatriotas pescaron recogiendo leña, cabe pensar que en un frío día del invierno sinaítico, cuando apenas hacía unos días que Moisés había comunicado al pueblo las novedosas prescripciones sabáticas:
 
            “Cuando los israelitas estaban en el desierto, se encontró a un hombre que andaba buscando leña en día de sábado. Los que lo encontraron buscando leña, lo presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad. Lo pusieron en presidio, porque no estaba determinado lo que había que hacer con él. Yahvé dijo a Moisés: «Que muera ese hombre. Que lo apedree toda la comunidad fuera del campamento.» Lo sacó toda la comunidad fuera del campamento y lo apedrearon hasta que murió, según había mandado Yahvé a Moisés” (Nú. 15, 32-36).
 
            El domingo cristiano nada tiene que ver con eso. Y parea demostrarlo, me iré al Catecismo de la Iglesia Católica de 1997, donde me encuentro afirmaciones como ésta:
 
            “Así como Dios cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho, así también la vida humana sigue un ritmo de trabajo y descanso. La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa” (2184).
 
            Loable afirmación varias veces matizada y mitigada con gran sensatez en el propio Catecismo, en términos como los siguientes:
 
            “Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto del precepto del descanso dominical” (2185).
 
            “Cuando las costumbres (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso” (2186).
 
            “Si la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace participar en esta reunión de fiesta [la misa] (2188).
 
            Todo lo cual nada tiene de particular, dados los importantes problemas en los que se vio envuelto Jesús precisamente a cuenta del estricto sábado que celebraban sus conciudadanos, buena prueba de lo cual episodios como éste:
 
            “Y sucedió que un sábado cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?» Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?»” (Mc. 23-26)
 
            Lo que lleva a Jesús a realizar la solemne proclamación por la que “el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 23-27).
 
            Un "trabajo" realizado en sábado, la curación de un hombre “con la mano seca”, costará al protagonista de los evangelios, precisamente, que los fariseos “se confabularan contra él para eliminarle” (Mt. 12, 914), con las funestas consecuencias de todos conocidas para él.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
                (1) El número 39 es un número emblemático en el pensamiento judío, por equivaler a cuarenta menos uno. Así por ejemplo, "cuarenta menos uno" son el número máximo de azotes que puede recibir un judío castigado a ser azotado, como son los que recibe Pablo (2Co. 11, 24), aunque los reciba, según él mismo nos informa, en cinco ocasiones.
 
 
 
 
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