Jueves, 18 de abril de 2024

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De la más antigua agresión de un hombre a otro nunca registrada

por Luis Antequera

 
            En la provincia china de Guangdong, hace ya más de medio siglo que se descubrió un cráneo que tenía 126.000 años de antigüedad –para que se hagan Vds. una idea, faltaban aún 111.000 años para que se pintara Altamira, 122.000 para que se empezara a escribir la Biblia, 125.500 para que se descubriera América-, con la singularísima particularidad de tener un tajo en to lo alto de 14 cms. ni más ni menos. El cráneo de Maba, que así se llama la pieza, fue hallado en 1958 por unos campesinos, y se encontraba partido en varios trozos que fueron ensamblados por los paleontólogos de la época quienes, sin embargo, no supieron determinar a qué se debía la lesión, por cierto, curada y por lo tanto no mortal: si era fruto de una infección, de un tumor, de quemaduras, de un golpe...
 
            El caso es que algún científico contemporáneo se ha encontrado el amuleto por algún museo y ha decidido indagar a ver qué le había pasado al muchacho, certificando que el boquete en cuestión en toa la cocorota no era fruto de un accidente, sino de una pelea con un congénere en la que recibió un fuerte golpe con un objeto pesado. El estudio, publicado por la revista Proceedings of National Academy of Science (PNAS), señala que la herida fue realizada con un arma roma, lo que ha sido posible de dictaminar con la ayuda de técnicas de estereomicroscopía y de un escáner topográfico de alta resolución para analizar la estructura interna del hueso.
 
            “Es posiblemente el ejemplo más antiguo de agresión documentada en nuestra especie”, ha afirmado Lynne Schepartz, de la Universidad del Witwatersrand (Sudáfrica), uno de los autores del artículo.
 
            Con anterioridad, se habían encontrado heridas en restos de neandertales y otros homínidos, “pero no se sabe si fueron accidentes de caza o agresiones. También se sabe que los neandertales practicaban el canibalismo, así que agredían a otros individuos para comérselos, pero en este caso es la guerra por la guerra y eso marca la diferencia”, explica el paleontólogo Jordi Agustí, del Instituto de Paleoecología humana y evolución social (IPHES).
 
            La buena noticia para el simpar Maba es que la herida curó, lo que indica, , como también señalan, con la misma perplejidad, los autores de la investigación, que “alguien tuvo que cuidar al hombre y proporcionarle comida mientras sanaba”.
 
            Real como la vida misma. Cuando de la nuestra hablamos, el homo sapiens, el homo destructor, es preciso reconocer que nos hallamos ante una especie “especial” valga la redundancia. Capaz de lo peor y de lo mejor: de llegar a la agresión y hasta la muerte por un simple discrepar de pareceres (a saber porqué discutía Maba con el propietario del mazo que se estrelló con su cráneo), la más destructiva de todas las especies del planeta, y de, después, entregarse en cuerpo y alma al beneficio y al cuidado de un congénere, haciendo por él mucho más de lo que en ningún sitio está escrito. De parecida manera a como hoy mismo vemos salvar a niños de veintiún semanas de gestación, mientras en el quirófano de al lado, alguien está triturando a otro con veinticuatro, y ese alguien, además, es médico.
 
                Este es el ser humano. Ya era así hace 126.000 años. Mucho ha llovido. Mucho se ha elucubrado. Mucho se ha progresado. Pero por lo que se refiere a esa condición humana tan relacionada con la capacidad para lo mejor y para lo peor, seguimos, a lo que parece, exactamente igual que hace 126.000 años. 

 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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