Jueves, 28 de marzo de 2024

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No te rindas ante las adversidades (Dr. Rojas)

No te rindas ante las adversidades (Dr. Rojas)

por Juan García Inza


 

                Este lunes ha asistido a la Apertura de Curso en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Suelo ir siempre, pero este año tenía interés en oír la Lección Inaugural que iba a dictar el Psiquiatra y Profesor Enrique Rojas. El tema era muy sugerente: NO TE RINDAS ANTE LAS ADVERSIDADES. Ha sido toda una llamada a la responsabilidad, a la lucha por el bien, a no dejarnos llevar por el desánimo cuando las cosas se ponen difíciles. En definitiva, una llamada al optimismo.  Toda su disertación es muy interesante, pero no podemos reproducirla aquí en su totalidad. Ofrezco al lector algunos de los párrafos de mayor interés:

   Ángel Ganivet decía que el español, como persona apasio­nada, tiene tendencia a hacer balances negativos. Desafortuna­damente, esto es algo que podemos comprobar en nuestro entor­no cotidiano. Los telediarios priman las malas noticias y en las relaciones interpersonales son más frecuentes las quejas que las palabras de gratitud. Sin embargo, corresponde a cada persona elegir el filtro con el que quiere contemplar la realidad.

Frente a los avatares de la vida podemos optar por el la­mento y la inculpación a terceros o bien tomar las riendas de nuestra montura y decidir hacia dónde queremos dirigirnos.

Algo muy importante también para no rendirse es tener una visión larga de la jugada. La visión corta significa la inmediatez y en ella todos somos deficitarios; es decir, cualquier análisis de la vida personal en la inmediatez tiene más vacíos que llenos. En nuestro carácter, en nuestras relaciones personales, en la fa­milia, en el trabajo hay siempre flecos por resolver. Aceptarlos y crecer con ellos es signo de madurez y salud mental. La visión larga nos lleva a pasar por encima de las cosas negativas.

   Haciendo un símil con el viaje de un caminante, en las gran­des travesías uno sabe a dónde se dirige, aunque al avanzar a menudo se pierde por montes y valles. Es clave no extraviarse.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman acuñó el término amor líquido para referirse a la pérdida de solidez de las rela­ciones humanas. El sentimiento amoroso ya no es algo firme e inamovible, sino un fluido que se vierte de un recipiente a otro sin acabar nunca de cuajar. En su libro titulado justamente El amor líquido, Bauman reflexiona así sobre las relaciones en el siglo XXI:

"La idea misma de relación sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías; transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizá por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de "relacionares" y "rela­ciones", la gente habla cada vez más de conexiones, de "conectarse" y estar conectado". (...) Tal como señaló Ralph Waldo Emerson, cuando uno patina sobre hielo fino, la salvación es la velocidad. Cuando la calidad no nos da sostén tendemos a buscar remedio en la cantidad. Si el "compromiso no tiene sentido" y las relaciones ya no son confiables y difícilmente duran, nos inclinamos a cambiar; en vez de hablar de parejas preferimos hablar de "redes".

   El problema es que esta manera superficial de relacionarnos nos causa una profunda insatisfacción, ya que el ser humano necesita un terreno firme en el que edificar su casa y sus sueños. Si siempre es­tamos fluyendo de una relación a la siguiente, la sensación de estar empezando constantemente puede abrumarnos hasta el punto de convertirnos en escépticos del amor. ¿Por qué sucede esto y cuál es la solución?....

   Nuestra civilización del deseo, hedonista, destruye los senti­mientos. Es un rasgo generacional, al menos masculino, esa enorme dificultad de pasar el resto de tu vida junto a la misma persona. Es como si el mundo estuviera organizado de tal forma que te impide quererte. Tal vez porque el amor es demasiado subversivo, lo cierto es que entre el placer y la felicidad se empuja a la gente a que escoja lo primero. Vivimos en la época del zapping amoroso. Consumimos muchos productos, constantemente, y ello nos conduce a consumir también personas…

Esto lo estudió muy bien Sthendhal, que decía que "enamorarse es la cristalización". El autor de Rojo y Negro dice que si vamos a las minas de Salzburgo y arrojamos una ramita, a los pocos días en la estructura de la rama encontraremos que se han clavado unos crista­les. Extrapola este fenómeno al mundo afectivo. La cristalización es la tendencia a idealizar a alguien de dos maneras: por un lado, la elevas de nivel, y, en segundo lugar, se cuela dentro de tu cabeza.

A este comentario de Sthendhal, yo añadiría que no solamente idealizas al otro, sino que buscas tu complemento. Un hombre pri­mario, activo e impulsivo buscará una mujer secundaria, pasiva y re­flexiva, pues se enamora de la sorpresa de descubrir esas cualidades que él no posee. Enamorarse, dice Ortega y Gasset, es un trastorno de la atención, que normalmente está abierta en forma de abanico y pasa a focalizar­se en una sola dirección. Yo lo llamo tener hipotecada la cabeza.

Don Quijote nombra a Dulcinea la dama de mis pensamientos. Francesco Alberoni, sociólogo, en su libro Amor y enamoramiento dice que es como si todo se iluminara en tu panorama afectivo. Vives la persona a la que amas como una revelación…

Una sociedad que se rige por el hedonismo, el consumismo, la per­misividad, el relativismo y el materialismo creará seres humanos sin re­ferentes, personas desorientadas con dificultades para hallar su lugar en el mundo.

Educar es entusiasmar por los valores. Nuestra sociedad es téc­nicamente cada vez más perfecta, pero humanamente está muy de­sorientada porque lo que ofrece y muestra son modelos rotos. La gente prefiere modelos rotos a modelos enteros, pues se comprenden mejor los primeros y cuesta más llegar a los segundos.

El amaro es una planta que tiene forma de corazón. Se da sobre todo en superficies secas y tiene un fondo amargo. En forma de gel cura ciertas afecciones de la piel.

Extrapolando esta planta al lenguaje de las revistas del corazón, de la televisión y de la prensa, el síndrome del amaro es el deseo de conocer la vida de los famosos siempre que esté rota, a condición de que esté partida.

En la educación, los primeros modelos son los padres, pero éstos no pueden pretender que los niños pongan en práctica cosas que ellos no viven activamente. El éxito de la educación depende de que los padres entiendan la trascendencia de su misión…

Educar es seducir con lo valioso y esta es una tarea gradual, lenta, progresiva. Es también ir a contracorriente con frecuencia.

Para ahorrar a nuestros hijos el síndrome del amaro debemos ofrecerle un modelo sólido de compromiso, buena comunicación y unión. Ese es el mejor regalo que unos progenitores…

Dos casos históricos de felicidad pese a la adversidad: Tomás Moro y Nguyen van Thua.

Tomás Moro murió en 1535, en la cárcel de Londres, donde le cortaron la cabeza con un hacha. Abogado de profesión fue la mano derecha de Enrique VIII. El rey se separó de su mujer y se casó con la de su hermano Arturo, Catalina de Aragón, cuando éste murió.

Probablemente, Enrique VIII era un manual de psiquiatría en sí mis­mo. Tenía una patología que era su adicción al sexo y aprovechándose de su situación hacía lo que quería con las mujeres. Llegó incluso a matar a su segunda mujer por encargo. Su hambre de amantes era insaciable.

Cuando el rey quiso anular su matrimonio, se produjo un gran revuelo y el obispo de Rochester y Tomás Moro fueron a la cárcel por oponerse a la separación. Ambos fueron juzgados por alta traición.

En la cárcel, Tomás Moro escribió unos textos extraordinarios que muestran a un hombre entero, sólido, pues estuvo siempre convenci­do de lo que había hecho. Pese a estar encarcelado fue un hombre feliz, que en sus últimas horas afirmó: "Muero amigo del rey y fiel a mi Dios". Se cuenta que cuando subió al cadalso para que le cortaran la cabeza, le dijo al verdugo: "Haz tu oficio, que para eso te pagan".

Esta historia demuestra que la felicidad no depende de la reali­dad, sino de la interpretación que hacemos de ésta.

Un caso paralelo al de Tomás Moro lo encontramos en el siglo XX, cuando Nguyen van Thuan, sacerdote vietnamita católico, pasó nueve años solo en la cárcel de Saigón condenado por el gobierno comunista. Durante este tiempo se dedicó a escribir el Evangelio en pequeños papeles.

Este religioso sorprendía constantemente a los carceleros, que le preguntaban a menudo cómo lograba ser un hombre feliz ahí dentro. Él contestaba que a pesar de estar encerrado era libre de mente. En su libro El camino de la esperanza cuenta de su experiencia en la cárcel que para él la felicidad era hacer lo que creía que tenía que hacer, pues eso tenía un sentido trascendente. Sólo así olvidaba su celda cochambrosa y el ambiente opresivo que le rodeaba…

La resiliencia parte de la base de que la infancia no determina qué clase de persona seremos en la edad adulta. Será nuestra capa­cidad para resolver conflictos, enfrentarnos a ellos y a las relaciones afectivas que nos rodean lo que finalmente nos convierta en quienes somos…

El término resiliencia proviene de la física y designa la capacidad de algunos materiales para recobrar su forma original. La resiliencia es el equilibrio entre la personalidad del individuo y los factores de riesgo.

Esta teoría ofrece toda una nueva tabla de posibilidades a la psi­cología, pues ningún daño es irreversible. La personalidad resiliente posee dos características fundamentales:

Capacidad de protegerse frente al estrés y flexibilidad para pro­seguir su desarrollo a pesar de todo… La madurez es un estado de plenitud que se caracteriza por lo dinámico, nunca por lo estático. Ante las dificultades, la persona psi­cológicamente evolucionada no se rinde porque tiene un horizonte lo suficientemente amplio para relativizar lo que sucede y puede con­trastar cada hecho con eventos anteriores. Los indicadores que carac­terizan a una persona madura son:

Ser realista y exigente con nuestras posibilidades. Supone tener los pies en el suelo, pero no renunciar a las ilusiones y retos Contar con un proyecto de vida, un programa en el cual estén los grandes argumentos de la existencia humana: amor, trabajo, cultura y amistad.

Tener una buena ecuación entre corazón y cabeza. La personali­dad equilibrada es aquella ni demasiado fría ni demasiado sensible.

Capacidad para superar los acontecimientos negativos del pre­sente y del pasado. Tolerancia para superar las frustraciones. Las frustraciones son necesarias para la madurez del individuo. Lo que nos hace crecer como seres humanos son las derrotas. En la victoria o el éxito, una persona puede emborracharse, mientras que la derrota invita a pen­sar en el porqué.

Ser responsable de los propios actos en todos los ámbitos en los que nos movemos, ya sea profesional, afectivo, familiar o de amistad.

Dar la importancia justa a los problemas. No convertir las ad­versidades en calamidades terribles y dramáticas contra las que no se puede hacer nada.

Sentido del humor. La capacidad de reírse de uno mismo y de las circunstancias es un seguro de salud psicológica que nos permite ver los problemas con perspectiva y actuar de forma más eficiente y desapasionada.

 

Has aquí una amplia reproducción exacta de la disertación del Profesor Rojas Montes. En sus muchas publicaciones desarrolla ampliamente estas ideas muy prácticas para el hombre de hoy, que se debate, nos debatimos, en una sociedad alocada. En verdad esta sociedad nuestra necesita la ciencia y la experiencia psiquiátrica para poner orden en nuestro interior. Vale la pena tener en cuenta su diagnóstico y por en práctica el tratamiento que nos ofrece. En ello va nuestra calidad de la vida, nuestra felicidad más auténtica.

 

 

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com

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