Jueves, 28 de marzo de 2024

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22 de octubre, en el barco-prisión Alfonso Pérez atracado en Santander

por Jorge López Teulón

En muchas ocasiones al rememorar la historia martirial, no sólo en nuestra persecución religiosa sino en cualquier época o en cualquier nación, me asalta el pensamiento sobre el último momento, las últimas horas, semanas o incluso meses vividos por los mártires. Me los imagino seguros en el testimonio, que llenos de Dios, se disponen a dar por Cristo y la Iglesia; pero, a la par, los presiento asaltados por el miedo, la angustia y el temor. A unos, más valientes en lo humano que a otros. A la mayoría alentando a los débiles.


Atracado en el puerto de Santander, concretamente en el Pozo de los Mártires, milicianos anarquistas de la FAI vigilan el barco-prisión Alfonso Pérez. Hace unos días el barco ha sido trasladado con sus prisioneros al Cuadro, concretamente al muelle saliente nº1, junto a la esquina del espigón de Nueva Montaña.
Beatificado el 11 de marzo de 2001, el Beato José María Corbín, lleva detenido en el Alfonso Pérez desde el 28 de agosto. En todo momento trata de levantar el ánimo de sus compañeros, animándolos a vivir plenamente las virtudes cristianas en este hora suprema…
 
Beato José María Corbín Ferrer
Nació en Valencia, el 26 de diciembre de 1914 y fue bautizado el 1 de enero siguiente en la iglesia parroquial de San Esteban, en Valencia. Terminada su licenciatura en Ciencias Químicas y pensionado por la Universidad de Valencia, marchó a la Universidad Internacional de Santander en junio de 1936. Allí continúo en el cumplimiento de sus deberes como universitario, dando al mismo tiempo testimonio de su fe cristiana. Pertenecía a la Juventud Católica y a la Congregación Mariana.
En Santander le sorprendió la guerra y fue detenido y acusado de que diariamente asistía a la Santa Misa en la Capilla de las Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón de Santander. El 28 de agosto lo encarcelaron por este motivo en el buque-prisión Alfonso Pérez y en todo momento trató de llevar a sus compañeros a vivir plenamente las virtudes cristianas con el testimonio de su vida. Tras unos meses de penoso cautiverio sufrirá el martirio el 27 de diciembre de 1936.
Esta es la historia del barco-prisión santanderino.

 


Esta foto es del 27 de diciembre de 2008. Ese día, en el aniversario de las víctimas del "Alfonso Pérez" se celebró la Santa Misa en la Iglesia del Cristo a la que asistió Juan Luis Pacheco Pérez, el último superviviente de la matanza, nacido el 22 de junio de 1918, y fallecido en 2009. En la fotografía aparece contemplando la foto-reliquia del beato José María Corbín.


Alfonso Pérez Prisión
Monseñor Antonio Montero escribió en su magnífica “Historia de la persecución religiosa en España (19361939)” (Madrid, 1961):
“Vuelven a darse en Santander, cuando ya se cierra 1936, numerosas coincidencias con lo acaecido en otras ciudades costeras, fuesen éstas mediterráneas o cantábricas. El puerto y sus buques anclados brindaban fácilmente un alojamiento a buen resguardo para, los detenidos políticos que había que retirar de la circulación.
De prisión flotante hizo esta vez el “Alfonso Pérez”. La mayor parte de los detenidos en Santander fueron encarcelados en el penal del Dueso. A él fueron a parar numerosas expediciones de presos procedentes del Alfonso Pérez, que figuraba allí como prisión auxiliar, buque de 7.000 toneladas, anclado en un principio en el fondeadero de los Mártires, en la bahía antigua, y posteriormente en la dársena de Maliaño o “El Cuadro”, en la parte del muelle de la Junta de Obras del Puerto.
La vida en sus bodegas ofrecía durante el último trimestre de 1936 una imagen menos tétrica que la recogida en otras embarcaciones habitadas por presos políticos en las ciudades costeras de la España roja. Esta impresión podía recogerse sobre todo durante los meses que el “Alfonso Pérez” estuvo anclado en “El Cuadro”. Aunque para que no todo fuese bien, aquí empezó su zozobra por la vecindad de los barrios urbanos, donde los sindicatos de la C. N. T. actuaban sin cortapisas, como absolutos dueños y señores” (Capítulo XV, pág. 353).
 
Ya en octubre de 1934 el barco Alfonso Pérez comenzó su primera etapa como barco-prisión. La huelga general en Cantabria y la Revolución de Asturias hicieron que fuera necesario habilitar el barco como prisión, dado el alto número de personas detenidas. Estos presos fueron después trasladados al Arantzazu-Mendi, atracado en el Cuadro, también en el puerto de Santander.

           En 1936, a raíz de la sublevación militar que daría lugar a la Guerra Civil, las autoridades santanderinas volvieron a habilitar al Alfonso Pérez como barco-prisión (el "Al-Pe-Pri", o Alfonso Pérez Prisión). El barco permaneció en el Pozo de los Mártires un tiempo, con una guardia de milicianos socialistas que fueron después relevados por milicianos anarquistas de la FAI.
Como decíamos al principio, en octubre de 1936 el barco fue trasladado con sus prisioneros al Cuadro, concretamente al muelle saliente nº1, junto a la esquina del espigón de Nueva Montaña.
 
27 de diciembre de 1936
Monseñor Montero narra así en su obra antes citada el dramático episodio del Alfonso Pérez:
“Abundaron los contrasentidos en aquella semana memorable, que vio alternarse sucesivamente la alegría de las visitas familiares y los regalos navideños a bordo del Alfonso Pérez, con la sangre, inesperada y violenta, derramada brutalmente cuarenta y ocho horas después. La ocasión volvió a ofrecerla un bombardeo nacional a cargo de 18 trimotores, que sembraron el terror y la indignación en las ya crispadas masas rojas de Santander. Eran poco más de las doce del día 27 de diciembre.


          Monseñor Antonio Montero cede la palabra a Ramón Bustamente y Quijano y a su obra “A bordo del “Alfonso Pérez”. Escenas del cautiverio rojo en Santander” (Madrid 1940, págs. 158163). Por ello, se emplea ahora la primera persona para describir lo vivido:
La masa de asalto pudo reclutarse con facilidad al grito proferido por barrios y plazas de “¡Al barco! ¡Al barco! ¡A por los presos!”. Cada cual a su modo, todos iban armados: fusiles, pistolas, escopetas, cuchillos de cocina e instrumentos agresivos de toda índole. Algún profesional de la guerra debía figurar en la anárquica expedición, puesto que entre las municiones prestaron buen servicio las bombas de mano. Situados los más audaces sobre cubierta, se asomaron a las escotillas y ordenaron airadamente a los presos que se colocaran en filas compactas sobre el centro de la bodega.
Naturalmente, el engaño era demasiado burdo.
La voz de mando de la bodega fue rebelde:
-¡Nadie salga al centro; todo el mundo a los ángulos muertos! Nos quieren asesinar cómodamente. ¡Preparemos los colchones!
La palabra colchones corrió de boca en boca y todos comenzamos a parapetamos en ellos...
-¡Salir al centro de la bodega, que nada os pasará! -¡Salir, canallas, perros! -repetían ya descaradamente las voces de los asaltantes-. -Si no lo hacéis, será peor, porque bajaremos y no quedará uno vivo.
Nadie hacía caso y comenzaron a hablar las armas asesinas... Habían empezado también las bombas de mano. El efecto de las explosiones sobre la chapa era extraordinariamente mortífero. Empezaban los primeros ayes lastimeros y las ametralladoras de nuestros verdugos seguían segando vidas… Poco a poco se fueron distanciando las detonaciones; indudablemente había pasado la agresión principal. De vez en cuando un tiro o una bomba de mano nos hacía pensar de alguien que había llegado tarde a la fiesta. Por fin, el silencio. Se contentaban con lo hecho y no bajaban a la bodega.


Un compás de espera de más de dos horas separó las incidencias descritas de las más organizadas que montaron conscientemente los milicianos profesionales. El paréntesis sirvió a varios presos, médicos algunos de ellos, para practicar una cura de urgencia a sus compañeros malheridos. Estos y los muertos habían sido subidos a cubierta.
¿Esperaban los supervivientes la reacción del asalto? Los responsables, si así podían llamarse, de la vigilancia del “Alfonso Pérez” les aseguraban con toda seriedad que ningún otro desmán ocurriría, puesto que se había reforzado la guardia. Ello no obstante, y seguramente sin la anuencia de los que así perjuraban, cayó inopinadamente sobre el barco la segunda tromba: el consejero de Justicia, Quijano; el comisario de Policía, Neila; el gobernador civil, miembro de las Juventudes Socialistas, Ruiz Olazarán, y el anarquista Hermenegildo Torres. Con ellos, como escolta de la muerte, varios piquetes de milicianos dispuestos a lo peor. Se habían trazado el programa en una reunión celebrada poco antes en un conventículo de la calle de Pereda. Llevaban listas preparadas y hasta montaron un tribunal de urgencia, que redujo su actuación a preguntar a los presos nombre y procedencia para dictar seguidamente sentencia fulminante, basada, cuando más, en el apellido ilustre, la filiación derechista o el carácter eclesiástico.
Luego de varios titubeos decidieron jueces y fusileros diezmar ordenadamente las bodegas desde la primera a la cuarta. Bajaban primero lista en mano el recinto de los presos y obligaban a los designados a subir a cubierta. Ya aquí, y a veces en la misma escalera de la escotilla, disparaban a quemarropa sobre ellos y volvían por otra tanda. Si estas primeras ejecuciones respondieron a un plan selectivo, ciñéndose a los marcados en la lista, lo que luego se siguió fue una auténtica embriaguez de sangre a costa de los indefensos reclusos de las bodegas, señalados a bulto y sin cuidar apariencias. “A ver -decían, señalando con el índice de la mano- ese que tiene cara de cura...”. Por el hecho de vérsele a un preso un trozo de escapulario que llevaba en el pecho fue ordenada su muerte.
Está comprobado que la menor apariencia religiosa motivó aquel día la condena inmediata de quien la presentaba, ya fuese seglar o clérigo. Si con estos últimos se hizo una tanda especial, no es fácil de probar, aunque así lo exprese claramente otro testigo: “Aparte de los que fueron ejecutados de esta manera, luego la tropa de pistoleros se dirigió a las otras bodegas y ordenaron que los sacerdotes dieran un paso al frente. Sin más preguntas, sin ni siquiera un simulacro de justicia, se asesinó de esta forma a todos los sacerdotes que había en el barco”.
Resulta casi imposible señalar con precisión los nombres correspondientes a la primera matanza en las bodegas y los que luego sucumbieron a las descargas sobre cubierta. En la lista nominal de 160 víctimas publicada por José Joaquín Mazorras (“Cincuenta y siete semanas de angustia. Trozos de las memorias de un caballero de España”, Santander 1937) se han podido identificar a diez miembros del clero secular y a un seminarista, un capuchino, un escolapio y un carmelita.
Sacerdotes seculares: don Eliseo Alonso Pumarejo, don Hilario Arce Cañete, don Lorenzo Díez Morana, don Francisco González de Córdoba, don Bernardino Hoyos Bustamante, don Vicente Poo Noriega, don Aurelio Velasco Martínez, don Serafín Villar Laso, don Eloy Martínez Muñoz (diócesis Madrid), don Manuel Navarro Martínez (diócesis Plasencia).
Seminaristas: don Jesús Serrano Calderón (de la diócesis de Solsona).
Religiosos: Fray Ambrosio de Santibáñez (Capuchino); P. Alfredo Parte (Escolapios); Fray Maximino de la Virgen del Carmen (Maximino Sáez Martínez; carmelita).
El sacerdote don Lorenzo Díez Morana no murió instantáneamente en el asalto al Alfonso Pérez, sino en el sanatorio Morales algún tiempo después y a consecuencia de las heridas.
La incansable labor apostólica desarrollada con los presos por estos sacerdotes de ambos cleros tocó cimas de heroísmo en la angustia indescriptible del asalto. Entre las explosiones de las bodegas o bajo el rumor espeluznante de las descargas de cubierta, administraron, con alta presencia de ánimo, el sacramento de la penitencia a los que estaban muriendo o esperaban la muerte inmediata. Del P. Ambrosio, capuchino y de los dos sacerdotes, Eloy Martínez y Manuel Navarro, se sabe testificalmente que ejercieron este ministerio momentos antes de ser ellos mismos sacrificados.
A eso de las cinco de la tarde cesaron los tiros; los milicianos que estaban en la bodega subieron a la cubierta y comenzó a alejarse el espantoso rumor del populacho. La noche se echaba encima. Las bodegas, lóbregas, tristes, silenciosas, no se podían iluminar, porque las bombas habían roto todas las luces. En cubierta estaban hacinados y calientes aún los cadáveres...
Ya muy entrada la noche, los cuerpos fueron arrojados por una rampa a una lancha, después que les despojaron de cuanto llevaban de algún valor, y luego cargados en camionetas, operación que llevaron a cabo unos veinte presos, quienes asimismo, por voluntad de los milician0s, les acompañaron en las camionetas y abrieron la fosa, una fosa grande en el cementerio de Ciriego, donde fueron depositados los 160 cuerpos…
El escándalo llegó a provocar las protestas británicas, y en febrero de 1937 el Alfonso Pérez dejó de ser barco-prisión, siendo comisionado por el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos como mercante.El 25 de Febrero de 1937 el Alfonso Pérez partió de Santander, después de cambiar de nombre para llamarse Cantabria.
 
He hecho hincapié en el testimonio del seglar, el Beato José María Corbín Ferrer, porque fue detenido a finales de agosto y lleva ya casi dos meses encerrado en el barco-prisión. El Padre Alfredo Parte martirizado también el 27 de diciembre, sin embargo, todavía no ha sido detenido. Llegará al Alfonso Pérez el 17 de noviembre.
 
Beato Padre Alfredo de la Virgen
Alfredo Parte Saiz nació en Cilleruelo de Bricia (Burgos) el 2 de junio de 1899. Ingresó a los Hermanos de las Escuelas Pías (escolapios), tomó el hábito el 1 de agosto de 1915, y emitió los votos religiosos el 13 de agosto de 1916, con el nombre de Alfredo de la Virgen.

Sus estudios y formación filosófica y teológica, que comenzó en Irache, fueron interrumpidos por una larga enfermedad; finalmente pudo ser ordenado en Palencia el 3 de marzo de 1928, a los 29 años. De él escribió un hermano de religión: “Era edificante verlo con sus muletas, tan alegre, como si estuviera completamente sano, siempre con una sonrisa”. Ejerció su ministerio en el Colegio de las Escuelas Pías de Villacarriedo (Cantabria) desde 1922, hasta que fue expulsado por los milicianos en julio de 1936, y se vio obligado a refugiarse en casa de su tía. Allí fue detenido el 17 de noviembre, y unos días más tarde confinado en un barco-prisión, anclado para este fin en el puerto de Santander.
Pasó en la bodega del barco fantasma “Alfonso Pérez” 40 días, junto con otros presos; y de lo profundo de la bodega, fue llamado el 27 de diciembre del mismo año a comparecer ante un «tribunal» creado en el mismo buque para juzgar a los prisioneros. Le sugirieron que frotase las manos en el suelo, para hacerse pasar por un obrero, y a lo mejor salvarse, pero el P. Alfredo Parte respondió: “No voy a negar mi profesión de sacerdote y escolapio”, y luego ante los tribunales se declaró “sacerdote de los Escolapios de Villacarriedo”. Su fin fue al llegar al término de la escalera que lo llevaba a cubierta, donde lo alcanzó un disparo en el cuello, y lo añadió así a la multitud de mártires de la malvada persecución, grabada para siempre en la historia de la España católica. Fue beatificado con un grupo de escolapios por el Beato Juan Pablo II el 1 de octubre de 1995.
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