Viernes, 19 de abril de 2024

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¿Por qué se esconde Dios? (y 2)

por Carlos Jariod Borrego

 ¿POR QUÉ SE ESCONDE DIOS? (Y 2)

“Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis”

Jn 1, 38.

 

            Hay veces que el silencio es más elocuente que la palabra; en ocasiones, la ausencia de una presencia  interpela más que la misma presencia. Basta que un ser querido esté lejos durante días, para que notemos la necesidad que tenemos de él. Su ausencia nos descubre la importancia de su presencia en nuestra vida, a veces oscurecida por el tráfago de acontecimientos diarios.

            Dios se oculta para que le echemos de menos. Su silencio, su ausencia suscita en nuestro corazón un anhelo de Él, una búsqueda. “¿Dónde estás?”, preguntamos, “¿a dónde se ha ido Dios?”, “¿se ha olvidado de mí”? Los salmos son un excelente ejemplo de esta experiencia humana de desolación y soledad.

            Sin embargo, para echar de menos a Dios es imprescindible haber tenido experiencia de Él.

            En cualquier caso, nos manejamos con metáforas; pero éstas a veces nos pueden engañar. ¿Realmente Dios “no está a nuestro lado”?,  ¿realmente el Señor “nos abandona” para luego volver?, ¿es que acaso juega con nosotros para provocar en nosotros un mayor deseo de Él?, ¿juega con nosotros al escondite? Metáforas que nos pueden confundir.

            En el primer capítulo del Evangelio de Juan se cuenta que dos discípulos del Bautista siguieron a Jesús. Él se vuelve y les pregunta “¿Qué buscáis?”. Antes, el Bautista había señalado a Jesús como el Cordero de Dios. Pues bien, a la pregunta de Jesús los discípulos le responden “¿dónde vives?”, a lo cual el Señor les invita a seguirle: “venid y lo veréis”. Me atrevo a sugerir que este pasaje describe la estructura básica de la relación entre nuestro Señor y sus seguidores. En este pasaje, me parece, podemos encontrar luz a la pregunta sobre un Dios que se oculta. Veámoslo.

            En primer lugar, los discípulos del Bautista siguen a Jesús porque su maestro lo ha señalado como el Cordero de Dios. Basta esta observación para que los discípulos sigan a Jesús. Lo siguen sin conocerle, quizá con curiosidad, porque su maestro lo había identificado con el Cordero. Es una noticia extraordinaria, pero todavía extraña para ellos. Probablemente lo que buscan es comprobar la verdad de las palabras de Juan el Bautista.

En efecto, en nuestra vida  Jesús se suele hacer presente a través de otros que nos lo han señalado como el Dios vivo, salvador. Otros nos han hablado de Él. Padres, catequistas, sacerdotes, amigos. La noticia del Dios hecho carne la oímos como una extraña información de alguien que hizo el bien, milagros, prodigios. La importancia personal  de la noticia de Dios es variable: unos la oyen y la ignoran, otros en cambio sienten la suficiente curiosidad como para saber algo más  de Él. Los discípulos del Bautista, dejando a su maestro por unas horas, siguen al Mesías.

En segundo lugar, cuando el Señor comprueba que alguien se interesa por Él, se vuelve e interpela personalmente (“¿qué buscáis?”). Es la pregunta que también nos dirige a nosotros. No pregunta “¿qué quieres?”, “¿por qué me sigues?”. Es una pregunta indefinida en cuanto al objeto, pero que da por supuesto que quien le sigue busca “algo”.  ¿Qué buscamos cuando nos interesamos por el Señor?  Es posible que nosotros mismos no podamos responder con claridad. En un primer encuentro sólo sabemos que sentimos una cierta curiosidad por Él; quizá en otros casos admiración o incluso una pizca de seducción mezclada con  desconfianza.

Pero lo más interesante es la respuesta de los discípulos del Bautista. “¿Dónde vives?”, contestan a Jesús. Su contestación es otra pregunta, pero sobre la morada de Jesús, su hogar, el lugar donde se hace presente del modo más cálido y habitual. Lo que buscan esos dos hombres es dónde vive Jesús. Es como si para saber quién es Jesús tuvieran que conocer donde vive Para ello se lo preguntan a Él. El pasaje termina informando que fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Insólitamente el Evangelio precisa la hora del día –“era como la hora décima”-.

La respuesta de los discípulos es la respuesta de quien quiere encontrar a Dios en su vida. No basta ya la autoridad de quien nos señala a Cristo como rey del universo; ya no es suficiente  una búsqueda  honesta pero inmadura. Quien dice que quiere saber dónde vive Jesús para compartir con Él su vida es alguien que sabe lo que quiere. Es un hombre que además se lo pregunta a Él (oración), que es el único que puede contestar. Vivir en la morada de Dios, en su Presencia es lo que busca el cristiano en su vida.

Solemos leer este pasaje del Evangelio de Juan de modo lineal. Vieron a Jesús, lo siguieron, fueron interpelados por Él, ellos le contestaron y todos fueron a la casa del Mesías donde pasaron el día.

Pero en nuestra vida nuestra relación con Dios no es tan sencilla ni rápida. La Presencia del Señor ya no es evidente para nuestros sentidos. Buscamos a Dios porque hemos oído de Él; el Señor nos pregunta y nosotros le seguimos torpemente con nuestro pecado. Pero seguimos sin saber dónde mora. Y preguntamos “¿dónde te escondes, Señor?”, “¿por qué te ocultas?”, como si realmente quisiera fastidiarnos escondiéndose. En realidad lo que preguntamos es “Señor ¿dónde te has ido a vivir, que no te encuentro?”.

 El Señor ni se esconde ni se oculta: su Presencia lo impregna todo y en todo está. Empezando por nuestro propio corazón. Nuestra ceguera nos impide vivir con Él cuando Él ya vive en y con nosotros.

Lo maravilloso de todo es que, por su misericordia, nos permita creer que Él se esconde y, así, podamos echarle de menos aunque siempre esté con nosotros.    

La ausencia de Dios es  presencia del Amor. El silencio de Dios es grito de Salvación. Búsqueda continua para encontrar  a Aquel que siempre está.

 

Un saludo.

 

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