Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

La soberbia del hombre, tentación diabólica

«Entregarse a Satán es creer que podemos extirpar el mal de nuestra vida con buenos sentimientos»

Datos, análisis y revelaciones muy interesantes sobre el diablo en el «Lágrimas en la lluvia» de Juan Manuel de Prada sobre el tema.

C.L./ReL

Juan Manuel de Prada.
Juan Manuel de Prada.
Como anticipó ReL, este domingo el programa de Juan Manuel de Prada en Intereconomía TV, Lágrimas en la lluvia, abordó el tema de El demonio: su presencia y existencia, de la mano del teólogo José Antonio Sayés, el exorcista Juan José Gallego, el demonólogo José Antonio Fortea y el psiquiatra Juan Matías Santos.

Juegan con la soberbia humana
En la presentación, Prada recordó que "los demonios son ángeles, espíritus puros que no comparten con los humanos las debilidades de la carne; y que, si se sirven de tales debilidades para atraer a los humanos, es precisamente para humillarlos más, para subrayar su superioridad sobre quienes, pese a su debilidad, fueron elegidos por Dios y redimidos por su propia sangre".

Para engatusar a los hombres, los demonios les ofrecen un premio: "Seréis como dioses":  "Esta soberbia del hombre que se endiosa y se encarama en el trono divino es la gran tentación diabólica; y para hacerla realidad, el demonio siempre empieza persuadiéndonos de que no existe, para después persuadirnos de que tampoco existe Dios y terminar persuadiéndonos de que nosotros mismos somos el único Dios. Entregarse a Satán es creer que podemos acabar con el Mal con nuestras propias fuerzas, creer que podemos extirparlo de nuestras vidas gracias a nuestros buenos sentimientos y a nuestras potentes máquinas, instaurando un paraíso de progreso en la tierra".

El genio de Jacques Tourneur
Tras la emisión de La noche del demonio (1957) de Jacques Tourneur, interpretada por Dana Andrews, y una pequeña ronda de comentarios cinematográficos donde se destacó la ausencia del sacerdote, e incluso de Cristo mismo, en la trama de la película, hubo un primer debate sobre el maleficio.

Fortea y Sayés recordaron que nada en la fe ni en el magisterio de la Iglesia obligan a creer en la realidad y eficacia del maleficio (entendido como invocación al demonio para hacer daño a otra persona), aunque Gallego sí dijo que en su experiencia, muchas de las personas que acudían a él informaban de haber sentido los primeros síntomas cuando alguien se lo había hecho o anunciado.

Se abordó entonces un punto en el que coincidieron los tres eclesiásticos: el demonio no puede eliminar la libertad del hombre, ni siquiera en caso de posesión, que es una violencia física o psíquica sobre el poseído, pero sin anular su libertad interior. El poder del demonio es siempre limitado: "Es un ser superior a nosotros, pero que ha sido vencido por Jesucristo, y por tanto tenemos asegurada, si queremos, la victoria sobre él", puntualizó Sayés.

Por su parte, el doctor Santos destacó la influencia del gnosticismo para la actuación del demonio a lo largo de la Historia al hablar de dos principios equivalentes del Bien y del Mal, olvidando que el diablo es una criatura de Dios que se rebeló contra Él.

El demonio existe... aunque ni en los púlpitos se diga
Para arrancar el segundo bloque, María Cárcaba citó el Catecismo de la Iglesia Católica, que aclara que "el mal no es una abstracción, sino que designa a una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios". Su existencia una "verdad de fe", recordó la co-presentadora de Lágrimas en la lluvia, y hasta Pablo VI llegó a decir en 1972: "El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia".

Sayés recordó que él estaba estudiando en la Gregoriana de Roma cuando el Papa dijo aquello, y que muchos se rieron de él. El teólogo lamentó que nadie le había hablado del demonio nunca durante sus años de formación, ni siquiera en esa fundamental universidad pontificia, pero que tuvo que estudiarlo porque sin él no se entendían otras doctrinas.

Fortea recalcó también la importancia de este dogma: "Si creemos en Dios, creemos en todo lo que Dios ha revelado. No somos dueños del mensaje, sino que lo escuchamos de rodillas". Y Santos afirmó que "la falta de predicación de los novísimos, incluido el infierno, convierte nuestra religión en algo cada vez más horizontal, cada vez más plano".

Juan Manuel de Prada apuntó como causa de esta negligencia en la predicación el hecho de que "la Iglesia, por dialogar con las corrientes ideológicas contemporáneas, de corte racionalista, marginó los dogmas que resultasen chillones, como el demonio, el pecado, el pecado original, la segunda venida de Jesucristo, el infierno, etc.", y entonces el cristianismo corre el riesgo de convertirse en una mera "ética inmanentista: "La raíz está en el abandono de Santo Tomás de Aquino", concluyó.

Y le apoyó en esa apreciación el padre Gallego, presidente nacional de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino. "En el tomismo", apostilló Sayés, "hay un sano realismo que no encuentro en Karl Rahner. He sido alumno de Rahner y se lo he dicho públicamente en clase: lo de usted es idealismo. Y lo mismo pasa con la fenomenología de Edmund Husserl, que tampoco llega a la realidad".

Lo que caracteriza una posesión diabólica
Sin duda la posesión diabólica, "rara aunque no tan infrecuente como creemos" (en esto coincidieron los especialistas presentes), es la actuación del demonio que más interés suscita por su carácter extraordinario y por la relevancia que le ha concedido el cine.

A ella se consagró el último bloque. Cárcaba enumeró los criterios para distinguirla, según la teología católica: "Hablar palabras de lenguas desconocidas o entenderlas; desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia condición física, y todo ello con una aversión vehemente hacia Dios, la Santísima Virgen, los santos, la Cruz y las sagradas imágenes".

El padre Gallego, exorcista de la diócesis de Barcelona desde 2007, dijo que en estos cuatro años había visto unos trescientos casos (en algunas personas, varias veces), aunque destacó que no tenía en ninguno "certeza total y absoluta" de que había realmente posesión. Fortea, por su parte, aclaró que "es erróneo decir que las personas que acuden a un exorcista son trastornados": "Algunos casos sí, pero en su mayoría son personas con dudas y temores que buscan el parecer de alguien experto".

A preguntas de Prada sobre el odio al crucifijo, Fortea precisó que no hay que confundir ese odio, ni siquiera en sus manifestaciones más violentas o blasfemas (como las que mostraron en la JMJ algunos indignados contra los peregrinos), con la influencia diabólica. "Para que el odio al crucifijo sea una influencia demoniaca tiene que ser expresión de una voluntad distinta a la propia, sucede aunque la persona no quiera, y, si se somete a un exorcismo, esa reacción desaparece. En quien odia al crucifijo voluntariamente, libremente, no hay exorcismo que valga".

Gallego añadió una consideración muy interesante: el exorcismo es un sacramental, es un acto de la Iglesia, por tanto tiene que haber una aceptación por parte del sujeto de lo que la Iglesia hace y pretende con ese rito.

¿Locos o posesos?
El doctor Santos explicó el papel de los médicos, quienes intervienen en la fase de "constatación", no en la de "validación", competencia del exorcista. Recalcó las prudentes cautelas de la Iglesia, y cómo el psiquiatra se encuentra en estos casos con hechos "que no responden a patrones reconocidos de enfermedades".

Fortea advirtió de que los signos más espectaculares y preternaturales (lenguas desconocidas, fuerza descomunal, conocimiento de hechos ocultos de los presentes) se dan pocas veces. Y que, sin embargo, el exorcista reconocía signos -que no quiso precisar justo por no animar a imitadores y falsarios- sutiles y finos, poco conocidos por la gente e incluso por sacerdotes no versados, ante los cuales, "unidos a un conocimiento profundo de la persona, de que se trata de alguien completamente sano que sólo reacciona a las oraciones del exorcismo", le hacen adquirir la certeza de la posesión.

Ya para cerrar, Juan Manuel de Prada citó y recomendó un libro de Fabrice Hadjadj, La fe de los demonios (Nuevo Inicio), del que extrajo una reflexión para concluir: "El demonio no puede entender por qué Dios ha sellado un pacto con alguien tan imperfecto como el hombre, y de ahí el odio demoniaco a la encarnación, manifestado contemporáneamente, sobre todo, en el aborto".

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