Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

Pedro Rubio Liébana: 75 aniversario de un mártir extremeño

Angel David Martín Rubio



Pedro Rubio Liébana nació en Valdefuentes (localidad del Partido Judicial de Montánchez en la provincia de Cáceres, entonces perteneciente a la diócesis de Badajoz y actualmente a la de Coria-Cáceres) el 7 de octubre de 1903.
 
Inició sus estudios en el Seminario de San Atón de Badajoz (19141925) y después marchó a Comillas donde obtuvo el grado de Licenciado en Derecho Canónico (octubre de 1926). Ordenado sacerdote en Badajoz el 15 de agosto de 1926, es nombrado Coadjutor de San Mateo en Montánchez (1926) y desde julio de 1931 será regente de la Parroquia de la Purísima Concepción en Granja de Torrehermosa (Provincia y diócesis de Badajoz, en el Partido Judicial de Llerena. Al poco de su llegada, se decía de él con elogio en la prensa provincial:
  
“Persona que ha conseguido encajar en el ambiente social de nuestro pueblo por su carácter bondadoso y expansivo y su celo en el exacto cumplimiento del deber.
Las primeras disposiciones al frente de su cometido han sido las de restablecer antiguas costumbres del culto, determinaciones que han sido acogidas con agrado por el vecindario.
Como orador, el nuevo párroco es objeto de la preferente atención, no sólo de los fieles, sino hasta de algunos indiferentes que acuden al templo a escuchar las disertaciones que, siempre circunscrito a la defensa exclusiva del dogma y sin excentricismos ni intolerancias tan a la moderna en algunos desdichados oradores religiosos, sabe hacer con el beneplácito general del auditorio”. (La Voz Extremeña, 27-agosto1931).

Durante el corto tiempo de su ministerio, fue modelo de sacerdotes, bueno y caritativo para todos, siendo su especial preocupación la asistencia a los humildes y desheredados de la fortuna; huellas bien patentes de todo esto dejó entre su feligresía como las escuelas por él creadas, donde recibían educación cristiana numerosos niños. Igualmente se destacan sus obras de asistencia social, bajo el amparo de las hermandades de San Vicente y del Santísimo Cristo.
 
De oratoria fácil y sugestiva, cautivó a cuantos le oyeron, siendo su fama en la diócesis bien conocida, donde era admirado, así como en el Monasterio de la Virgen de Guadalupe, donde acudió con peregrinaciones diversas, llegando a despertar la devoción a la Patrona de Extremadura entre su feligresía de tal forma que bajo sus auspicios se construyó una capilla en su parroquia.

Los días previos al estallido de la guerra se encontraba en Madrid, como testimonia Araceli Spínola, autora de un libro de memorias sobre los sucesos de 1936 a 1939:
  
“Procedente de Castuera entré en Madrid la madrugada del 13 de julio del año 1936, acompañada de mi hermano Enrique y nuestro párroco, a la hora trágica de encontrar en la calle de Alcalá la fatídica camioneta que condujo al mártir Calvo Sotelo [...] Efectivamente, la trágica noticia de la mañana siguiente confirmó mis temores, y la consternación dominó a todos [...]
Dos o tres días después, tenían que marchar al pueblo mis buenos acompañantes. Tanto el uno como el otro, con el afán de atender sus obligaciones, desoyeron nuestros ruegos insistentes, que les pedían esperar a que se tranquilizaran los ánimos para emprender el retorno, y marcharon, quedándonos mi esposo y yo sumidos en honda preocupación”.

En el camino se reiteraron las invitaciones para no regresar a Granja de Torrehermosa pero fueron desoídas con fatales consecuencias para él:
 
“El Movimiento Nacional le sorprendió en viaje de regreso de Madrid. Al llegar a Miajadas, algunos de sus feligreses que le acompañaban, le rogaron vivamente que se quedase en su pueblo Valdefuentes donde le sería más fácil sustraerse al peligro marxista. El joven párroco se negó con entereza a aceptar la sugerencia, respondiendo que en aquel momento su puesto estaba con sus fieles, cuya suerte, en todo caso sería la suya. Llegado a Granja el 19 de Julio, al día siguiente era encarcelado en unión de sus dos coadjutores” (Testimonio de Pedro Rubio Merino en su libro El Seminario Conciliar de San Atón de Badajoz, Badajoz: 1964).
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Acerca de los sufrimientos en prisión disponemos de referencias genéricas pero suficientemente explícitas:
 
“En este pueblo [Granja de Torrehermosa] hubo 60 detenidos durante cincuenta días, a los cuales se les dio un trato desastroso, hasta el extremo que, ante las súplicas de que se les abriese las ventanas o puertas, a fin de facilitarles la respiración (pues tan reducido era el local que algunos empezaban a sufrir los efectos de la asfixia), estos salvajes les encendían candelas en la misma habitación, les hacían barrer y limpiar obligándoles a sacar la basura a la plaza, lo que les servía de mofa hacia los sacerdotes y señores” (Rodrigo González Ortín).
 
En la madrugada del 5 al 6 de agosto de 1936, un piquete de milicianos rojos se presentó con armas en la cárcel, sacaron al párroco en unión de D.Francisco Gaete Espinal (labrador, de Falange), D.Ernesto de la Gala (de la CEDA, propietario y juez municipal), D.Francisco de la Gala Llera (de la CEDA, propietario y que había sido alcalde), D.Fernando Ramírez Esquiliche (albañil, de Falange), D.Enrique Spínola Llera (de la CEDA, propietario) y D.Antonio Spínola Llera (propietario) y los asesinaron al lado izquierdo de la carretera que va de Granja de Torrehermosa a la vecina aldea de Cuenca, aproximadamente a unos 500m. del Cementerio del pueblo.

En todo el pueblo se supo a su debido tiempo cómo D.Francisco de la Gala Llera fue enterrado aun con vida; tanto es así que cuando echaban la tierra sobre su cuerpo pidió un vaso de agua. Al párroco, le cortaron la mano porque no podían arrancarle la cadena del reloj-pulsera. A los hermanos Llera (D.Antonio y D.Emilio) a quienes habían arrojado de su prisión por un balcón, a la noche siguiente les llevaron para fusilarlos envueltos en sus respectivos colchones (tanto estaban de magullados por la caída) y así (entre los colchones de su cama) fueron enterrados. Días más tarde, les siguieron en el martirio, numerosos vecinos de la localidad, entre ellos los sacerdotes José Isaac Gañán y Arcángel Dómínguez López.

 
Los restos de D.Pedro Rubio Liébana, trasladados en junio de 1937 a su pueblo natal e inhumados en el Cementerio, reposan desde 2003 en una capilla de la Iglesia Parroquial. Está incoado su proceso de beatificación, ya en fase romana, por la Archidiócesis de Mérida-Badajoz.

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