Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

Luego colgó el teléfono... y va un mes

La joven católica paquistaní raptada por su marido: «¡No puedo más! ¡Sacadme de aquí!»

Tras secuestrarla, la obligaron a casarse con un musulmán. La movilización de su familia choca con la desidia cómplice de las autoridades.

Mauro Pianta/Vatican Insider

Farah Hatim
Farah Hatim

"Os lo ruego, no puedo más. Sacadme de aquí...". Desgraciamente ha pasado ya un mes. Éstas han sido las últimas palabras que Farah ha pronunciado por teléfono.

Farah Hatim, 24 años, católica, residente en Rahim, en el sur del Punjab, en Pakistán, lloraba mientas hablaba por el teléfono con su hermana. Había conseguido el teléfono no se sabe cómo. Pocos instantes. Luego, suspiros de esperanza. Después, silencio. Un silencio negro de miedo y de rabia.

¡Y pensar que esos secuestradores habrían tenido que ser su nueva "familia"! Sí, porque oficialmente la joven se ha casado con Zeeshan Ilyas, bancario, musulmán. Y, de acuerdo con la versión oficial, ella se habría convertido al Islam. Todo falso. El pasado 7 de mayo, la muchacha fue raptada para obligarla a casarse.

Algo muy normal en Pakistán
No es nada nuevo en Pakistán. Oficialmente, se estiman casi 700 casos similares al año. Pero se trata de cifras subestimadas, porque casi nunca se pone denuncia.  Muchachas, mayormente cristianas o hindús, secuestradas, obligadas a convertirse y luego a casarse. Esposas y  prisioneras.

Pero esta vez, la denuncia existe. No ha perdido tiempo la familia de Farah. El jefe de la comisaria de Rahim, sin embargo, ha rechazado el caso. Shaid Mobeen, profesor universitario de Pensamiento y Religión Islámica de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontifica Lateranense y secretario de la Asociación Pakistaníes Cristianos en Italia, declara a Vatican Insider: "Además del daño causado, ha sido una burla porque al secuestrador le ha sido atribuida por la policía una escolta personal, porque ha sostenido que teme ser atacado por la familia y los amigos de Farah". 

Ellos, los familiares, han recibido una citación del tribunal local. "Estará vuestra hija y la documentación que demuestra que todo es legal", les habían dicho. Les han mostrado un certificado de matrimonio y una declaración de conversión al Islam. Solo que, han hecho notar la madre, los hermanos y la hermana de Farah, las firmas están realizadas en urdu, cuando la muchacha solía firmar en inglés, la única lengua que usaba para escibir. 

Son sólo detalles, para esos policías. Engranajes de un sistema en el cual las minorías (cristianas y no) cuentan poco. Firmas a parte, en ese tribunal había verdaderamente una muchacha. Escondida bajo un vestido largo y cubierta por un velo integral que dejaba ver solamente los ojos. A los familiares no se les ha consentido acercarse a ella y durante la audiencia no ha pronunciado ni siquiera una palabra. 

Muestra de apoyo para Farah
En estas semanas se han movilizado por Farah muchas personas: asociaciones, organizaciones no gubernamentales, la Iglesia pakistaní, parlamentarios canadienses e italianos. Monseñor  Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en la oficina de la ONU de Ginebra, ha alzado la voz pidiendo la itervención del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Paul Bhatti, consejero especial del primer ministro pakistaní en materia de Minorías Religiosas, hermano de Shabhaz, el ministro asesinado el pasado mes de marzo por sus batallas a favor de la libertad religiosa, ha observado en estos días: "¿Por qué, si la muchacha se ha convertido verdaderamente y ha aceptado libremente el matrimonio, su marido le niega todavía la posibilidad de ver a su familia de origen?". Pregunta banalmente incómoda. Que alguien, antes o después, tendrá que contestar. Bhatti, como presidente de la asociación All Pakistan Minorities Alliance (APMA), también ha presentado una petición oficial al juez de la Alta Corte de pakistaní de Lahore- llamada a encontrar la verdad del caso- para que Farah sea citada inmediatamente.

Algo se está moviendo, quizás mucho si se tiene en cuenta el contexto. Pero no es suficiente. Dice Sara Fumagalli, presidente de la asociación "Pakistanies Cristianos en Italia: "Es triste tener que admitirlo, pero demasiado a menudo en Occidente las conciencias se encienden sólo con el mando a distancia" Y si los medios de comunicación no sostienen las campañas informativas, los casos no existen. Y naturalmente no todos los casos tienen idénticas posibilidades de terminar en las pantallas...".

Los que la conocen bien describen a Farah como "una muchacha muy dulce, de buen corazón y comprometida como voluntaria con los más necesitados".  Estudiaba el primer curso en el departamento de ortopedia del Sheikh Zaid Medical College y quería ser enfermera profesional. Ni siquiera tenía novio. Y ahora se encuentra encadenada a un "marido".  A su cobarde y violenta ignorancia. Sucede en Pakistán, donde, cada año, setecientas cadenas oprimen a setecientas Farah.       

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