Jueves, 28 de marzo de 2024

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Tres jesuitas mártires en Toledo

por Jorge López Teulón

La Compañía de Jesús, Toledo y este mes de julio de 2011
 
Ayer, 1 de julio, cientos de personas llenaban la iglesia de San Ildefonso de Toledo, la popular iglesia de los Jesuitas, para agradecer su presencia en la Ciudad Imperial, ¡durante casi cinco siglos! El Arzobispo Primado presidía la Santa Misa de la solemnidad del Corazón de Jesús, fecha en la que se despedía a los tres jesuitas que hasta ayer formaban la comunidad de Toledo. Don Braulio decía en la homilía:
 
“Yo puedo hablar de los tres últimos Padres: el Padre Máximo Pérez, el Padre Ricardo Rodrigo y el Padre Luis Mª Mendizábal. Y no tengo palabras para expresar mi reconocimiento hacia ellos. Nos han enseñado lo que valen los servicios callados a tantos fieles, a tantos sacerdotes y religiosas, a tantos matrimonios, a tantos seminaristas, a tantos monasterios. Nos han enseñado, por ejemplo, a ver la relación estrechísima que tiene el culto al Corazón de Cristo con la Eucaristía, centro y quicio fundamental de la vida cristiana. Nos han insistido en que el culto sincero al Sagrado Corazón y nuestra consagración a Él exigen de nosotros un compromiso constante de velar por el cumplimiento de toda justicia en la vida personal, familiar y social”.
 
 
1936.27 de julio.2011
 
Además en este año, en el que se cumplen los 75 años de la muerte martirial de tantos testigos de la fe en los días de la persecución religiosa que asoló nuestra España, también recordaremos el 27 de julio, el martirio de los tres jesuitas que quedaron en la Ciudad de Toledo en aquel caótico julio de 1936.
 
Casualmente tres jesuitas (un padre y dos hermanos coadjutores) eran los que formaban la “comunidad clandestina” de la Ciudad Imperial de la Provincia de Toledo. Clandestina, puesto que el Gobierno de la República había disuelto la Compañía de Jesús. De uno de ello el Siervo de Dios Agustín María Díaz Zapata conservamos esta preciosa descripción indicadora de su amor a María Santísima. La recoge el Padre Carlos María Staehlin en un librito publicado en 1943 titulado “Así era el Hermano Agustín”.
 
Un día recibió en Madrid la orden de ir a Toledo para suplir a otro Hermano que había caído enfermo. Comentando el futuro viaje, dijo ingenuamente:
 
“-Voy muy contento a Toledo cuando la obediencia me envía. ¿Sabe por qué? Pues por la Virgen del Valle. ¿Usted la conoce? Mire, es una ermita pequeñita, al otro lado del Tajo, muy devota. Es un paseo muy agradable; hay que bajar una cuesta, pasar el río, y, al otro lado, allí entre las peñas, escondida y muy chiquita, está la ermita de la Virgen. Allí, a sus pies, he descansado muchas veces rezando el Rosario. Se está muy bien allí. ¡Es tan devota! Y la vuelta a casa para seguir trabajando se hace lleno de alegría. Me gusta mucho estar en Toledo por estas visitas a la Santísima Virgen. Si va usted, no deje de visitarla”.
 
         En otra ocasión, otro Padre, que salía de Toledo para predicar en Talavera, le preguntó si quería algo para aquella ciudad.
 
“-Sí, Padre. Que no se olvide de rezar una salve por mí a la Virgen del Prado”.
 
 
Hermano Agustín Mª Díaz y Zapata
 
Nació en Tarancón (Cuenca) el 4 de mayo de 1869. Entró en la Compañía el 23 de mayo de 1886. Hizo la incorporación en Villafranca de los Barros (Badajoz) el 2 de febrero de 1901. Todo lo redujo a la unidad, como aconseja el Kempis, librito que saboreaba asiduamente; todo lo veía en Dios, todo le llevaba a Dios, sus convicciones, la mortificación de su carácter fuerte, la recia contextura de su espíritu tejido de fibras las más puras de la espiritualidad ignaciana; la oración afectuosa que empuja al trabajo, a la abnegación, a la caridad; el amor a la pasión de Cristo y a Cristo humillado.
 
El vía crucis que meditaba todos los días, la comunión en que participaba de la Víctima santa y la santa Misa, sacrificio incruento de Jesucristo, le prepararon para el martirio en ansia suprema de que su sangre, cual libación sacrificial, cayese sobre tantas víctimas que gozosas se inmolaban por la fe de España.
 
 
Hermano Félix Palacios López
 
Nació en Agudo (Ciudad Real) el 11 de abril de 1877. Entró en la Compañía el 19 de abril de 1902. Hizo la incorporación en Murcia el 15 de agosto de 1912. Ejercitó muchos años el oficio de sacristán en las casas de Granada, Profesa de Madrid, Murcia y Toledo.
 
Ciertamente el Hno. Palacios no era un religioso vulgar: se notó siempre en él una verdadera vida interior con muchas prácticas de oración y devoción, gran vencimiento y domino de sí mismo, esmeradísima y abnegada aplicación en el cumplimiento de su oficio y una humildad y caridad como de ejemplar Hermano Coadjutor de la Compañía.
 
Padre Martin Juste García
 
Nació en Sigüenza (Guadalajara) el 12 de noviembre de 1863. Entró en la Compañía el 11 de julio de 1881. Celebró su primera Misa en Uclés el 6 de septiembre de 1895.
 
Era de aspecto serio y austero, de carácter seco y firme. La devoción al Corazón de Jesús animaba y vivificaba su oratoria, ni fácil ni florida, de reconocido talento y ciencia y de admirable laboriosidad. Poseía singulares dotes para el confesionario, en el que era fielmente asiduo y muy buscado; promovió el culto del Sagrado Corazón mediante el Apostolado de la Oración, al que consagró durante varios años en Toledo una gran actividad y con un edificante entusiasmo.
 
Desde que fue disuelta la Compañía la Comunidad residía desde el invierno de 1934 en el nº 8 de la Calle Sillería.
Después que entraron las milicias comunistas de Madrid del General Riquelme, en la tarde del 22 de julio de 1936, los jesuitas sufrieron un registro. Un miliciano, pistola en mano, subió a un piso del nº 8 de la calle Sillería, jurando, entre blasfemias, que desde allí se había hecho fuego contra ellos. Se registró todo inútilmente. Vivían allí cinco jesuitas (tres padres y dos hermanos coadjutores). Poco después del registro los Padres Gómez y Márquez se separaron para buscar mejor refugio.
 
Allí, en un cuartito que daba al patio, instalaron su capilla. Sobre la mesa que hacía de altar, había dos velas encendidas, y, en medio de ellas, un cajoncito de madera. Allí estaba Jesús, y, delante de Jesús, los tres ancianos.
 
Los tres jesuitas sabían que los milicianos no tardarían en regresar, y esperaron, cara a cara a la muerte, serenos, en oración. Como escribió el Hermano Agustín: “no hay más que elevar los ojos al cielo y confiar en Cristo Jesús”.
 
En la mañana del 27 de julio seis milicianos se presentaron en la casa. El Padre Juste fue sacado y sostenido de un brazo a causa de su debilidad, tenía 73 años de edad y 55 de vida religiosa. Ciencia y prudencia, celo y caridad ardentísima, humildad y religiosidad ejemplares se concretaban en este anciano. Iba rezando el rosario, que llevaba a la vista de una de sus manos y recibiendo empellones y malos tratos, recorrió la larga y penosa calle de la Amargura, que media desde la Sillería hasta San Juan de los Reyes, delante de cuya fachada fue muerto a tiros.
 
Fusilado el P. Martín Juste, los milicianos volvieron inmediatamente por los dos Hermanos Coadjutores que habían quedado en la casa. Creyeron que también estos eran sacerdotes. El Hermano Agustín Díaz, tenía 67 años y acababa de cumplir los 50 años de vida religiosa. Fue fusilado con el Hermano Félix Palacios, de 59 años, lleno de méritos; el que tan de cerca había servido a Jesús Sacramentado en la tierra, pasó a contemplar su hermosura en el cielo.
 
Fueron asesinados en el recodo de la Cuesta del Águila, detrás del Hotel Castilla. Más de veinte disparos simultáneos acabaron con sus vidas. Era el mediodía. Los dos mártires murieron a pleno sol. A la vista quedaron las medallas y escapularios que llevaban pendientes del cuello. Los cuerpos de los tres mártires jesuitas reposan en la iglesia de San Ildefonso de la Compañía de Jesús.
 
 
31 de julio, San Ignacio de Loyola
 
         Finalmente, el día 31 este año es domingo, el XVIII de tiempo ordinario. Ese día se celebra la fiesta del fundador de la Compañía. Me gusta escuchar a las Madres del Colegio cantar la Marcha de San Ignacio. O el Agur Jesusen Ama, zorcico vasco dedicado a la Virgen María, que aprendimos a cantar en el Seminario.


 
¡Gracias a los padres Máximo Pérez, Ricardo Rodrigo y Luis Mª Mendizábal! y en ellos, ¡gracias a la Compañía de Jesús por su labor impagable en Toledo!


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