Jueves, 18 de abril de 2024

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En la fiesta de la Ascensión

por Angel David Martín Rubio


Benjamin West; "La Ascensión" (1801)

"Et sicut in cruce tua dignatum est palam conspici, ita et in ascensione tua voluisti ab hominibus videri, ut alacriores ad patientiam fierent, nec de promissione tua dubitarent
"
 
En la fiesta de la Ascensión se celebra el glorioso día en que Jesucristo, a vista de sus discípulos, subió por su propia virtud al cielo, cuarenta días después de su Resurrección.
 
Hoy la Liturgia de la Iglesia nos invita a llenarnos de gozo por este misterio, ya por la gloria que de él resulta a Jesucristo, ya por la que del mismo se deriva a nosotros.

1.- Al subir al Cielo, Jesucristo toma posesión del reino eterno que conquistó con su muerte.
  • Gloria con que sube a los cielos por su propio poder. Rodeado por sus discípulos y habiéndoles dado su última bendición, nuestro Redentor se elevó sin necesidad de auxilio, porque el que todo lo hizo podía elevarse sobre todo por su propia virtud.
  • Gloria con que entra en el cielo, acompañado de las almas de los antiguos Padres que había sacado del limbo.
  • Gloria con que reina: la Ascensión de Jesús es la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina, en el cielo donde Él se sienta para siempre a la derecha de Dios.
La expresión “subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre”, significa goza y disfrutará eternamente el reposo de la bienaventuranza celestial, y que, al igual que el Padre y en uso de un privilegio exclusivo, es Rey del universo y juzga a toda la creación pues el dirige y gobierna a todos los seres y circunstancias que en ella se dan.
 
Esta acción judicial tan intensa y minuciosa que Jesucristo viene ejerciendo desde el día de su Ascensión, no hace inútil el juicio universal que habrá de celebrar al fin de los tiempos porque hasta entonces no habrá ocasión propicia para poner de manifiesto la plenitud y alcance del poder y soberanía de Cristo; sólo cuando se cierre el libro de la historia se podrá apreciar en conjunto, no sólo el valor de los actos, sino también el de sus consecuencias, y, por tanto, premiar o castigar a cada criatura con arreglo al total de sus merecimientos (cfr. Tomas Pègues, Catecismo de la Suma Teológica).
 
2.- Es glorioso para nosotros este misterio porque en él Jesucristo: elevó nuestra naturaleza, nos abrió el cielo y nos dio prendas de la gloria.
 
Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este camino: «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino» (Prefacio I de la Ascensión).

¿Cómo entender esa elevación de la naturaleza humana?

A veces se afirma que, en su encarnación, Jesucristo se ha unido en cierto modo a todo hombre. Expresión confusa en la que la vaporosa fórmula “en cierto modo” no logra disipar la abolición de toda distinción entre el orden natural y el sobrenatural, una de las tesis mas queridas y de consecuencias más nefastas de la nouvelle théologie.

Al introducir el inciso "en cierto modo" los propios neoteólogos son conscientes de que no se puede afirmar lisa y llanamente que en la Encarnación Jesús "se ha unido a todo hombre" porque hay una unión propia de la gracia que nos hace partícipes de la naturaleza divina que no todos los hombres reciben pues no todos son incorporados de hecho al orden sobrenatural.

El problema es que la fórmula es tan poco explícita y ambigua que en el fondo sugiere que ambas uniones, la genérica por el mero hecho de la Encarnación y la real por la gracia son equivalentes. Para la neoteología modernista, se entiende la unión del Hijo de Dios con cada hombre en el sentido de la "Redención Universal" que extiende la relación de la gracia tal como existe entre Cristo y su Iglesia, a todo hombre y, con ello, a toda la humanidad. Por el contrario, según la doctrina católica la aplicación de los frutos de la redención a cada hombre en la obra de la justificación está ligada a la fe y al bautismo. Estas realidades se convierten en superfluas a la luz de la nueva teología y por eso carece de sentido la necesidad de la salvación a través del bautismo,de la fe y de la Iglesia.

La idea de una elevación de la naturaleza humana  puede comprenderse sin dificultad alguna en el sentido de los Padres que comparan la Encarnación del Hijo de Dios a una "unión" o "enlace" con todo el género humano. Pero en tal caso, no se trata más que de un "matrimonio virtual", según el cual el género humano queda orientado hacia Cristo, y no de la aplicación de los frutos de la Redención o de la comunicación de la Gracia Sobrenatural. Santo Tomás escribe que:

1.- La persona del Verbo divino asumió una naturaleza humana individual: assumpta est in individuo quia assumpta es ut sit in individiu (la naturaleza humana fue asumida por el Verbo en condiciones de individualidad porque fue asumida para subsistir en una persona individual) cfr. Summa Theologiae III, q.4, a.4

2.- La persona divina del Verbo no se encarnó en todos los individuos de la naturaleza humana (es decir, no "se unió a todo hombre") Y ello por tres motivios.

a) Porque de haber sido tal el caso, al ser la persona divina el único sujeto de la naturaleza humana asumida por el Verbo encarnado, se habría eliminado la multiplicidad de los sujetos que es connatural a dicha naturaleza humana.

b) En segundo lugar, se habría aminorado la supremacia absoluta del Hijo de Dios encarnado sobre la humanidad entera, porque si hubieran sido asumidos por el Verbo todos los hombres, tendrían todos Su misma dignidad; pero Él por el contrario, es el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29) según la naturaleza humana, igual que fue engendrado antes que toda criatura (Col 1,15) según la naturaleza divina.

c) Por último, convenía que a la única persona divina encarnada le correspondiese una única naturaleza humana asumida: como se encarnó un único sujeto divino, de igual manera se asumiría una sola naturaleza humana para que de ambas partes se hiciese la unidad (S Th III q.4 a.5)
 
*

Admirable y glorioso para nuestro Salvador, luminoso e instructivo para nosotros, así debemos considerar este misterio de la Ascensión.
 
Alegrémonos de que Jesucristo está en el cielo como mediador y abogado a favor nuestro y procuremos despegar enteramente nuestro corazón de este mundo como de lugar de destierro y aspirar únicamente al cielo, nuestra verdadera patria; decidiéndonos a la imitación de Cristo en la humildad, en la mortificación y en los padecimientos, para tener un día parte en la Gloria que nos ha ofrecido y esperamos alcanzar.
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