Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Del caballo de San Pablo, que nunca existió

por Luis Antequera

 
            ¿Qué sabemos del famoso caballo del que cayó San Pablo cuando de camino a Damasco vio o escuchó a Jesús produciéndose su repentina conversión, que le llevó de perseguir cristianos a ser el más apasionado, vehemente y carismático de entre ellos?
 
            Pues bien, el famoso caballo del que se cayó San Pablo, nunca existió. Que San Pablo se convirtió al cristianismo en especiales circunstancias es un hecho fehaciente del que los siglos han dejado hermosa constancia en la fabulosa comunidad cristiana de casi 2.000 millones de seres que somos hoy los cristianos gracias, entre otras cosas si no sobre todo, a la labor evangelizadora de San Pablo. De que la conversión de San Pablo coincidió con una caída que debió de ser virulenta hasta el punto de quedar el apóstol de los gentiles preso de una ceguera de la que tardó hasta tres días en curar, cabe menor duda aún. Pero lo que es el caballo ese del que supuestamente se cayó el apóstol de los gentiles para convertirse, de ese caballo precisamente, lo único que podemos decir es que... ¡¡¡no existió nunca!!!
 
            La conversión de San Pablo no es un hecho baladí en los textos canónicos, hasta el punto de que se narra en nada menos que tres ocasiones. Una de ellas, (cronológicamente hablando, la última de las tres, sin embargo la más descriptiva e importante) en los Hechos de los Apóstoles, donde se hace en los siguientes términos:
 
            “Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer.» Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le introdujeron en Damasco. Pasó tres días sin ver, y sin comer ni beber” (Hch. 9, 3-9)
 
            ¿Ven Vds. el caballo por algún lado? Observen Vds. que en el relato de Lucas (los Hechos se atribuyen a Lucas, por cierto, discípulo muy cercano a Pablo a quien acompaña en varios de sus viajes y por quien el apóstol de los gentiles siente especial devoción), Jesús se manifiesta como una voz. Pablo “oye” a Jesús. No se nos dice que lo vea.
 
            El propio destinatario de la aparición, Pablo, se refiere a la misma en dos ocasiones. Un de ellas en su Primera Carta a los Corintios, donde lo hace dos veces:
 
            “¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Co. 9, 1)
 
            “Y en último término se me apareció [Jesús] también a mí, que soy como un aborto” (1 Co. 15, 8)
 
            Testimonios en donde la aparición se registra como una visión. Por cierto... ¿algún caballo?
 
            Y al otra en la Carta a los Gálatas, donde relata Pablo:
 
            “Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues habéis oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios para destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres.
            Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno” (Ga. 1, 1116).
 
            ¿Algún caballo en este relato?
 
            Curiosa la fortuna de la historia, que hasta ha quedado en el idioma español la expresión “caerse del caballo” como alusiva manera de explicar la conversión de alguien a cualquier tipo de causa, no exclusivamente religiosa, más aún si previamente la perseguía, cuando, como hemos tenido ocasión de comprobar, dicho caballo paulino no aparece por ningún sitio.
 
            Uno más de esos caballos mágicos de la historia de las religiones, (no menos lo es el caballo blanco del Santiago del que, si recuerdan Vds., nadie conoce la color). Una curiosidad de la interpretación bíblica, anecdótica, que no tiene, sin embargo, por qué llamar a nadie a escándalo. Que no ha de faltar el que le busque tres pies al gato (un gato que, por cierto, tampoco aparece en el relato) al hecho de que Pablo, contrariamente a lo que quiere la más consolidada tradición, no tuviera caballo, cosa que, por cierto, tenían muy pocos en su época. O a lo mejor hasta lo tuvo, vaya Vd. a saber. Pero al menos, por lo que a los textos canónicos se refiere, éstos jamás se hicieron eco de tan preciada posesión.
 
 
 
 
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