Viernes, 29 de marzo de 2024

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Del Gran Robo del Bernabéu

por Luis Antequera

 
            Así, o de manera muy parecida, lo llamó ayer Mourinho. Y no le falta razón al entrenador del Real Madrid. Lo de ayer en el Bernabeu ha sido un verdadero robo. Y si yo hubiera sido del Barcelona, lo habría lamentado aún más que siendo, como soy, del Madrid. Y es que al día de hoy, el Barcelona –y esto es duro de admitirlo, más aún de escribirlo, para un madridista de pro como lo soy yo- es mucho más equipo que el Madrid. Por la sencilla razón de que el Barcelona –los renglones torcidos de Dios, los inescrutables caminos del Señor- no es otra cosa que la selección española, el mejor equipo del mundo. Más Messi. ¿Se puede pedir hoy por hoy, hablando de fútbol, algo más?
 
            Por eso precisamente, el Barcelona, mucho más que el Madrid, no se merece lo ocurrido ayer.
 
            Voy a partir de que el árbitro no estaba comprado, porque sinceramente, a no ser que alguien consiga demostrarme lo contrario, no creo que lo estuviera. Pues bien, si lo hubiera estado... ¡no lo habría hecho mejor!
 
            La única chance que, hoy por hoy, tiene el Madrid de ganarle un partido al Barcelona parece pasar por hacerle un planteamiento sumamente defensivo con unas líneas, particularmente la de la defensa, muy disciplinadas y unos jugadores muy concentrados. Como así lo hizo, de hecho, en la final de la Copa del Rey, donde los índices de posesión de balón fueron alarmantemente favorables al Barsa, a razón de 70-30 o algo por el estilo... y sin embargo, el que ganó fue el Madrid.

            Quiere ello decir que si en todo otro partido que juegue el Real Madrid con cualquier otro equipo del mundo, las piezas claves de su estrategia habrían sido y son sus peligrosísimos elementos atacantes, Cristiano Ronaldo, De María, Ozïl, en un partido contra el Barsa las piezas claves no son otras que Sergio Ramos y sobre todo Pepe, ese extraordinario defensa que, hoy por hoy, es el único jugador del mundo capaz de parar a Messi. ¿Se fijaron Vds. que los dos goles del astro argentino para el que no tengo palabras, cuando faltaban apenas veinte minutos de partido, se produjeron los dos cuando Pepe ya no estaba en el campo? Pues bien, no lo atribuyan a la casualidad. No digo, ¡válgame Dios!, que ese pequeño diablo que es el jugador argentino no pueda hacer dos y cuatro goles estando en el campo Pepe y sus diez hermanos. Pero de lo que no me cabe duda es que sin Pepe en el campo, los hace de todas todas. Como así fue.
 
            Pues bien, esto dicho, si el árbitro le hubiera pitado un penalti en contra al Madrid, e incluso dos, le habría hecho menos daño que sacándole a Ramos una tarjeta rigurorísima, y por lo tanto injusta, con la que le eliminaba para la vuelta por acumulación de tarjetas; y la roja de Pepe, a todas luces desmedida, que no sólo dejaba al Madrid con diez hombres contra el mejor de equipo español –los renglones torcidos de Dios, los inescrutables caminos del Señor-, sino que servirá también para excluirle, como a Ramos, para el partido de vuelta. Dos tarjetas que, en consecuencia, no sólo dejaron al Madrid achicado para el partido que estaba jugando, sino que condicionarán definitivamente el que pondrá colofón a la eliminatoria. El árbitro ni siquiera se cargó el partido: el árbitro se cargó, directamente, la eliminatoria.
 
            Cuando hace cuatro años presencié la Copa del Mundo que se celebró en los Estados Unidos estando, por casualidad, en los propios Estados Unidos -porque allí me pilló, no porque hubiera ido con la expresa voluntad de contemplar allí el Campeonato-, recuerdo que escuché en la televisión a un comentarista norteamericano, a lo que parece muy respetado en su país, defendiendo su tesis según la cual, el fútbol nunca podría ser el deporte nacional de los Estados Unidos. Aportaba un sinfín de buenas razones en un análisis pormenorizadísimo y elaboradísimo merecedor de mejores logros. Pues bien, una de las cosas que afirmaba el susodicho señor de cuyo nombre, como Cervantes el del lugar de La Mancha, no acierto a acordarme, es que un deporte donde una sola decisión arbitral podía condicionar el entero resultado de la más importante de las eliminatorias, no estaba en consonancia con la mentalidad norteamericana, donde el bueno siempre es el que gana, y el malo siempre es el que pierde. El árbitro del partido de ayer, cuyo nombre prefiero, también, desconocer, como D. Miguel el del lugar de La Mancha, ha hecho buena la tesis del para mi desconocido, pero finísimo, analista norteamericano.
 
            Lo digo una vez más y con toda la sinceridad: si yo hubiera sido del Barsa, estaría aún más cabreado que siendo, como lo soy, del Madrid. El comportamiento del árbitro de ayer hace buenas las palabras del siempre desmedido Mourinho: el Barsa ganará, si es que la gana, la Champions League. Pero no podrá evitar haberlo hecho tras el Gran Robo del Bernabéu.

            Me consta que hay barcelonistas, probablemente pocos, eso sí, -en los tiempos que corren poco importa sino ganar, sea como sea-, que lo sienten como yo. El Barsa no se merece lo ocurrido ayer. El Barsa se bastaba y se basta para haber ganado la eliminatoria sin trampas ni ventajismo. Y siete u ocho de cada diez que juegue, hoy por hoy, con el Madrid. De esta manera, no sin embargo. Como dijera en su día Ortega aunque se refiriera a algo tan insignificante como la II República y no a algo verdaderamente importante como todo un Madrid-Barsa, “no es esto, no es esto”. Como dijera ayer, y con acierto, Mourinho, “con el Robo del Bernabeu, no”.
 
 
 
 
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