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Mensaje de Pascua del Papa y celebraciones en Jerusalén (IV): Domingo de Pascua

Mensaje de Pascua  del Papa y celebraciones en Jerusalén (IV): Domingo de Pascua

por Cristina Ansorena

Mensaje de Pascua de Benedicto XVI y Crónica del Domingo de Pascua en la Basílica de la Resurrección de Jerusalén.


In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur.

“En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra” (Lit. Hor.).

 

Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo:

La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.

Hasta hoy –incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas–  la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,914).

La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.

Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual, que resuena en la Iglesia peregrina en el mundo, expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.

"En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra". A esta invitación de alabanza que sube hoy del corazón de la Iglesia, los "cielos" responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz.

Que pueda alegrarse la Tierra que fue la primera en quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han visto obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.

Que se recomponga la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado dolor y angustia.

Se alegren los cielos y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa les infunda valor y confianza.

Queridos hermanos y hermanas: Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.

Feliz Pascua a todos. (Traducción distribuida por la Santa Sede)

***


Domingo de Pascua - Jerusalén, 24 de abril de 2011

 

 Resurrexit sicut dixit, Alleluia! Proclamémoslo a toda la tierra”.

Hoy es el día de la Resurrección, hoy es el día en el que se hace viva la memoria de Cristo que ha vencido a la muerte. Hoy es el día de ser testigos.
Éste es el mensaje de la fiesta de Pascua que S. B. Mons. Fwad Twal, Patriarca latino de Jerusalén, ha proclamado a los fieles presentes en la Basílica del Santo Sepulcro durante la misa de hoy. Una celebración luminosa en una iglesia muy concurrida. Con respecto a la vigilia de ayer por la mañana, esta vez mayor el número de peregrinos que han tenido la posibilidad de entrar. También esta vez la función se ha desarrollado delante del lugar de la Anástasis. El canto del Aleluya se repetía y las voces del coro se mezclaban con las de fieles y celebrantes.
“La Tumba está vacía –anuncia Mons. Twal en su homilía–. Cristo, su cuerpo de carne y hueso, ya no está en el sepulcro ni entre los muertos. A través de la fe y el mandamiento del amor Él quiere invadir la humanidad y nos pide que hagamos como dijo a las mujeres: anunciarlo. Hoy, como entonces, no es suficiente anunciar a Cristo y su Resurrección sólo con palabras; es necesario dar testimonio de Él con nuestras acciones, nuestra unidad, nuestras mismas procesiones, aquí, en esta tierra, con nuestras instituciones”.
El Patriarca ha llamado la atención sobre la necesidad del testimonio “a los miles de peregrinos y turistas que vienen buscando a Cristo y para descubrir las raíces de su propia fe, a tantas personas que no pueden aún creer en Dios, a tantos pueblos que no consiguen liberarse de sus conflictos y de las incomprensiones”.
El anuncio de la Resurrección se proclama también en la procesión solemne que clausura la celebración. En los cuatro ángulos de la Basílica se leen los pasajes de los evangelios de Juan, Lucas y Marcos; el coro canta la alegría y la gloria del triunfo de Cristo.
“Ha resucitado, como había dicho. Proclamémoslo a toda la tierra”.

Texto de Serena Picariello

 

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