Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Cinco grandes cuestiones

por Santiago Martín

El libro de Benedicto XVI sobre Jesús –el segundo que saca, dedicado en este caso a la última parte de la vida del Señor en la tierra-, no ha suscitado el mismo interés entre los amantes del sensacionalismo, precisamente porque habla de Cristo y no del preservativo, lo cual, ciertamente, es mucho más interesante. El Papa habla de Cristo como un científico y como un creyente, como alguien que se acerca con rigor intelectual al personaje y como alguien que se arrodilla ante ese personaje porque le reconoce como Dios. Ambas perspectivas no sólo no se contraponen, sino que se reclaman la una a la otra para entender bien a aquel al que se quiere “estudiar”.

Así fue, de hecho, como reflexionaron sobre Jesús los primeros cristianos. Ellos, los que habían comido y bebido con Él antes de la resurrección y después de la misma, no establecieron distinciones entre el llamado “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”. Para ellos eran la misma persona, pero si antes lo veían sólo como un gran hombre ahora lo contemplaban y adoraban como al Verbo encarnado y esta fe llenaba de sentido cosas que Jesús había hecho y dicho y que no habían terminado de entender. Esta es precisamente la primera cuestión que Benedicto XVI afronta y resuelve en su libro.

Es la primera pero no la única. El cardenal Ouellet, en la presentación de la obra en el Vaticano, citó otras cuatro cuestiones más. ¿Fue Cristo un revolucionario político? ¿Hacía falta su sangre derramada para expiar los pecados, como si Dios fuese un ser cruel que exige el ojo por ojo y diente por diente? ¿Fue Cristo sacerdote e instituyó un nuevo sacerdocio? ¿Es la resurrección un hecho histórico o fue una simple experiencia espiritual y psicológica de los apóstoles?

La intromisión de la política en la religión –para manipularla y ponerla a su servicio- ha hecho que no pocos en nuestros días hayan pretendido mostrar a Cristo como un líder nacionalista que estaría luchando por la independencia de Israel frente a los odiosos conquistadores romanos. El Papa demuestra que el Señor fue condenado a muerte por el Sanedrín precisamente porque no se presentó de ese modo ante ellos, sino como el Mesías, es decir como una figura total y exclusivamente religiosa, lo cual le valió la condena por blasfemia, puesto que se estaba equiparando con Dios.

La sangre derramada del Señor como expiación de los pecados no estaba dedicada a satisfacer a un Dios vengativo, sino a purificarnos de nuestros pecados y a restaurar el equilibrio entre pecado y justicia. Porque Dios se toma en serio la alianza hecha con los hombres, era necesario que se restaurara la justicia. Un Dios que perdona todo sin exigir nada, no se está tomando en serio al propio hombre, ni le está ayudando a que luche por mejorar, lo mismo que haría el profesor que diera el aprobado a los alumnos sin que éstos tuvieran que estudiar nada. Cristo, hombre verdadero a la par que Dios verdadero, satisfizo la deuda en nombre de toda la humanidad, aunque ahora a cada hombre le sigue correspondiendo una parte de satisfacción, ligada a sus buenas obras y a su arrepentimiento de las malas cometidas.

Los ataques al sacerdocio de los últimos años, han querido presentar a Cristo como un laico que no quiso crear ningún tipo de nuevo sacerdocio. En su libro, el Papa, apoyado en la carta a los Hebreos, demuestra que esto no fue así. Cristo es el Sumo y definitivo sacerdote de la nueva alianza y deliberadamente quiso instituir un nuevo sacerdocio en la Última Cena, lo mismo que quiso crear una jerarquía con los doce apóstoles y con la institución del primado de Pedro sobre el resto.

Por último, la cuestión clave de la historicidad de la resurrección de Jesús. Afirma Benedicto XVI que sólo un acontecimiento de una magnitud gigantesca, más allá de toda experiencia psicológica individual o colectiva, pudo haber provocado en los discípulos los cambios que se produjeron en ellos: el paso de cobardes a valientes o el cambio en el día de culto –del sábado al domingo-.

En definitiva, estamos ante un libro extraordinario, escrito por un Papa extraordinario. Un libro que merece la pena leer con calma, para meditarlo, asimilarlo y que nos ayude a reforzar nuestra fe y nuestro amor al Redentor, al Crucificado, al Resucitado.

http://www.magnificat.tv/comentario20110313.php

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