Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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De la curiosa fe de los españoles en la vida eterna

por Luis Antequera


            Busca que te busca en ese mar proceloso que es hoy día la llamada “red”, me encuentro con esta interesante encuesta del Centro de investigaciones sociológicas (CIS) titulada Encuesta de actitudes y valores en las relaciones interpersonales II, que, aunque un poco antigua –data de 2002-, no ha perdido ni su vigencia ni su interés.
 
            Su pregunta 40 interpela a los españoles encuestados sobre una serie de temas estrechamente relacionados con la vida después de la vida, dando estos resultados que se me antojan, cuanto menos, curiosos. Y si no juzguen Vds.
 
            La pregunta es “¿Cree Vd. en...?”. Y las respuestas las siguientes:
 
 
 
No
No sabe
No contesta
Vida después de la muerte
37,1
41,2
20,2
1,5
El alma
52,0
33,0
13,6
1,5
El demonio
24,1
63,3
11,2
1,4
El infierno
23,6
63,9
11,2
1,3
El cielo
39,5
47,5
11,7
1,4
Dios
69,4
21,7
7,5
1,5
El pecado
42,6
45,8
9,9
1,6
La reencarnación
20,4
60,5
17,4
1,7
 
 
            Fíjense Vds. que mientras un 69,4% de los españoles cree en Dios, sólo un 37,1%, es decir, prácticamente la mitad, cree en vida después de la muerte, lo que implica que un porcentaje significativo de españoles, -tan significativo que son el 32,3%, casi 1 de cada 3-, cree que aunque Dios existe, no se acordará del "rey de la creación" (¡vamos, de nosotros, para que nos entendamos!) de cara a invitarnos a su presencia una vez abandonemos este mundo perro. Curiosamente, una combinación, ésta de "Dios existe, pero no hay vida eterna", en la que ya creían los saduceos (ver Lc. 20, 27). ¡Una España, pues, de saduceos!
 
            No menos significativo que un 52% de españoles crea en la existencia del alma, aunque sólo el 37,1% crea en la vida después de la vida, lo que quiere decir que el alma existe, pero no es inmortal -¿qué es el alma entonces?-, para un significativo 14,9% de españoles.
 
            El disparate alcanza su punto álgido cuando los encuestados son preguntados por la existencia del cielo. Y es que un 39,5% -¡hasta un 2,4% más de los que creen en la vida después de la muerte!-, creen, sin embargo, en la existencia del cielo. ¿Un cielo para qué, entonces? Esperable, en cambio, que en el infierno crea poco más de la mitad (23,6%) de los que creen en el cielo: excesivamente caluroso para los aguerridos ciudadanos del estado del bienestar español.
 
            Un 20,4% de los españoles cree en la reencarnación, lo que implica que si bien no son muchos los que creen en la vida después de la vida, bastante más de la mitad de los que lo hacen -un 55% para ser exactos- creen que dicha vida futura se materializará en una reencarnación. Curioso para un país en el que los misioneros budistas han sido más bien escasos. A ese español de cada cinco que creen haberse reencarnado les preguntaría yo quienes fueron antes de ser quienes son ahora.
 
            Interesante la encuesta ¿no les ha parecido? Puede que alguien crea que no está bien hecha. Puede ser también que los españoles ya no sepan bien ni en qué creen ni en qué no, algo tan propio de las situaciones en las que, como la presente, el relativismo campa por sus respetos en el modo que lo hace, y hasta la religión se la hace uno a la carta: "Me ponga cien gramitos de vida eterna, doscientos de Dios y ciento cincuenta de cielo". "¿No va a ser demasiado cielo para tan poca vida eterna?" responde el vendedor. "Es que a mi el cocido escatológico me gusta así... Vd. lo ponga... Pa tiralo, ya lo tiro yo".

            Como colofón, el último dato que aporta la encuesta: para un 45,8% de los españoles, es decir, para prácticamente uno de cada dos, el pecado no existe. En otras palabras, no hay diferencia entre el bien y el mal. Todo vale en suma. Quiero creer que no es verdad: quiero creer que creen en el pecado bastante más españoles de los que dicen hacerlo, y que tal vez es la palabra la que les asusta, no su significado. Más allá de escatológicas consecuencias en las que no voy a entrar ahora, no resulta halagüeño compartir país con tanta gente a la que lo mismo le da hacer una cosa que su contraria, porque ninguna de ellas está bien ni está mal.
 

 
 
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