Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

150 años de la obra "El Apostolado de la Oración", de Henri Ramière.

150 años de la obra "El Apostolado de la Oración", de Henri Ramière.

Evaristo Palomar

Para el próximo 19 de febrero del corriente ha sido organizada en la diócesis de Coria-Cáceres la jornada de estudio El padre Ramière y el Apostolado de la Oración: 150 Aniversario. Presidida por el obispo de la diócesis, don Francisco Cerro, convocan las delegaciones diocesanas del Apostolado de la Oración y de Fe y cultura. Las letras que siguen tienen por objeto presentar al P. Henri Ramière y su obra.

Un texto del jesuita Daniel Dideberg nos permite enmarcar de manera decidida la tarea apostólica de Henri Ramière, de la Compañía de Jesús, en relación con la misma Compañía y para los tiempos contemporáneos: “«El 2 de julio de 1688, en la fiesta de la Visitación, el Señor se manifiesta una última vez a Margarita-María: “La Santísima Virgen estaba a un lado, y san francisco de Sales del otro, con el santo Padre de la Colombière… Volviéndose hacia el buen Padre de la Colombière, esta Madre de bondad le dijo: “En cuanto a ti, fiel siervo de mi divino Hijo, tienes gran parte en este precioso tesoro; porque si a las Hijas de la Visitación se les ha dado el conocerlo y distribuirlo a los demás, está reservado a los Padres de tu Compañía demostrar y dar a conocer su utilidad y valor, a fin de que se aprovechen de él, con el respeto y el agradecimiento debidos a tan gran beneficio. Y a medida que le proporcionen este contento, el Divino Corazón, manantial de bendiciones y gracias, las derramará tan abundantemente sobre las funciones de su ministerio, que producirán frutos que sobrepujen a sus trabajos y esperanzas, aun para la salvación y perfección de cada uno de ellos en particular” (Margarita-María Alacoque, carta 90 [julio 1688], edic. Gauthey, 1915, t.2, pp.406-407). Doscientos años más tarde, la Compañía de Jesús, que había conocido los años de la supresión (1773-1814), reconocía oficialmente esta misión confiada por el Señor en Paray-le-Monial. En 1883, los Padres de la 23ª Congregación General aprobaron el decreto 46: “Declaramos que la Compañía de Jesús acepta y recibe con espíritu desbordante de alegría y de gratitud la dulcísima tarea (munus suavissimum) que le ha sido confiada por Nuestro Señor Jesucristo de practicar, promover y propagar la devoción a su divino Corazón”. Un año después de esta declaración oficial, fallecía el Padre Henri Ramière, aquel que quizá sea quien mejor ha cumplido esta misión, organizando el Apostolado de la Oración; esta “internacional de la intercesión apostólica” como la denomina el actual Superior General –(P. Kolvenbach, Évolution historique de l’Apostolat de la Prière, Prier et servir, octubre 1985, pp. 263-289)-. Unos treinta años después, la 26ª Congregación General (1915) vinculaba, en su decreto 21, la misión de la Compañía de Jesús respecto del Corazón de Jesús al desarrollo del Apostolado de la Oración”[1].
 
Destacando la vinculación por Dideberg del culto y devoción contemporáneos al Corazón de Cristo con el mensaje profético de Paray-le-Monial, es reconocido generalmente que la configuración decisiva del Apostolado de la Oración en su organización y –lo más determinante- en su espíritu fue tarea del padre Henri Ramière, y se recoge básicamente –en lo que ahora interesa- en dos fuentes: La primera, justamente, la obra Apostolado de la Oración. Santa liga de corazones cristianos unidos al Corazón de Jesús para obtener el triunfo de la Iglesia y la salvación de las almas, texto acogido y bendecido inmediata y progresivamente por el episcopado francés, para recibir poco tiempo después la bendición de la Sede Apostólica de mano del Beato Pío IX, y sucesivamente de los diferentes episcopados europeos. En España, su introducción la acometió quien después fuera obispo de la diócesis de Barcelona, don José Morgades Gil, que daría a la imprenta su traducción española en data tan temprana como 1865; la segunda, El Mensajero del Corazón de Jesús, mes a mes, destilaría el sentido y alcance apostólico de la obra con una difusión que no ha obtenido parangón en los anales de la Iglesia, y que fue el instrumento concebido por él mismo al servicio del Apostolado de la Oración. Para Ramière, el Apostolado de la Oración es el Apostolado del Corazón de Jesús.

Pero situémonos en Vals, 1861. En efecto, en este año daba Ramière a luz dos obras de estrecha relación y apa­recía un pequeño boletín. Las obras eran L´Apostolat de la Prière, sainte ligue de cœurs chrétiens unis au Cœur de Jésus pour obtenir le triomphe de l´Église et la salut des âmes[2] y Les espérances de l´Église.[3] En la segunda recogía, en su segunda parte, el contenido de una obra aparecida en este mismo año, L´Église et la civilisation moderne.[4] El boletín no era sino el después popular Le Messager du Cœur de Jésus, que aparecía de manos de Ramière como órgano de la asociación. Pero retro­cedamos algo en el tiempo, antes de exponer en forma breve su contenido y vislumbrar su alcance inmediato en la Francia de su tiempo.

Ramière fue uno de los escolares jesuitas presentes en la plática de Gautrelet del 3 de diciembre de 1844 de la que surgiría el primer Apostolado de la Oración. La nueva asociación tuvo una cierta expansión, principalmente entre co­munidades religiosas. En 1846 publicaba Gautrelet una obra, L´Apostolat de la Prière, donde exponía su fundamento teológico; siendo aprobada la asociación en 1847 por el General de la Compañía de Jesús, recibía en 1849 las primeras indul­gencias de Pío IX, tras haber recibido previamente la aprobación del obispo de Puy, Monseñor Darcimoles. A partir de 1852 circulaba entre los miembros de la asocia­ción una correspondencia trimestral. El regreso de Ramière a Vals en 1850 estrechó la relación con Gautrelet. De hecho, dicha correspondencia sobre el desarrollo de la evangelización en tierras de misión la había iniciado Ramière. En 1855 recibía Gautrelet el nombramiento de superior de la residencia de la Compañía en Lyon. La asociación, a lo largo de los años transcurridos, si no había muerto, languidecía. Fue entonces cuando el primer inspirador le propuso a nuestro personaje el hacerse cargo de la dirección (la primera obra impresa de Ramière se dedicó a los miembros de esta asociación). Pero el mismo Gautrelet le encargó rehacer el libro que él había publicado en 1846. Ramière refundía la obra de Gautrelet en 1860, en que aparecieron dos ediciones. Sin embargo, en 1861 y con idéntico título al de las ediciones de 1860 vio la luz una obra por completo nueva. La dirección que Ramière tomó entre sus manos en 1855 le acompañará, y será su misma alma, hasta el día de su muerte en 1884. El mismo Gautrelet, ya como provincial de Lyon, comentará con elogio este cambio de timón y sus consecuencias: "En los quince primeros años de su existencia, de 1846 a 1861, la Asociación del Apostolado, bendecida y alentada por Pío IX, favorablemente acogida por las personas más señaladas, no tuvo sin embargo expansión más allá de cierto número de comunidades religiosas, que no contentas con abrazar su práctica se hicieron propagadoras de la idea de la que era expresión y fórmula. Se sostenía, pero apenas progresaba, e incluso en algún momento se temió por ella que sufriera la misma suerte de tantas obras de este género, que, tras haber lanzado un destello pasajero, desaparecen pronto restando en el olvido. ¿Qué le faltaba, pues, a esta asociación para tomar un mayor vuelo?. Le faltaba una demostración más completa de la verdad que le sirve de fundamento y que hiciera comprender su título; le faltaba una organización más práctica y fuerte; le faltaba, por último, una dirección más vigorosa y permanente. El reverendo Padre Ramière, por su celo activo y perseverante, y por la excelente obra que bajo el título L’Apostolat de la Priére encierra una expresión sólida y luminosa de la doctrina católica sobre la naturaleza y el poder de la oración, ha provisto perfectamente a todas estas necesidades"[5].



El nuevo libro tomaba un lugar propio en las bibliotecas francesas, dando lugar a una tremenda sacudida espiritual. Estaba llamado a una profunda influencia en la vida de toda la Iglesia[6]. En la intención de Ramière el Apostolado de la Oración es una asociación que, a través de una oración por com­pleto nuclear, se destinaba a vivificar toda la Iglesia como alma de cualquier obra apostólica y en cualesquiera cometidos. Esta oración tan particular no era sino la in­corporación a la oración misma de Cristo por la cual éste hace de su misma vida un acto de oblación infinita al Padre. El punto de arranque de esta donación del Hom­bre-Dios al Amor primero era su mismo Corazón. Así el P. Ramière imponía una sola obligación a los miembros del Apostolado de la Oración: el ofrecimiento diario por el que uniéndose mística, pero realmente a Cristo, se ofrecía a la gloria de Dios y el advenimiento del Reino de Cristo. Este pequeño acto cotidiano, imperceptible e incluso anodino, llevaba en sí lo que en nuestro tiempo podría expresarse como una es­pecie de carga nuclear. Desde una brevísima fórmula, llena de sentido sobrenatural, quedaban elevados todos los actos del hombre. Una consecuencia evidente era ar­monizar el pensamiento y los sentimientos con el pensamiento y los sentimientos del Evangelio. Pero no únicamente en la vida "privada", sino también y lógicamente en la vida "pública". Lo cual con ser de sentido común no parecía ser comúnmente percibido. De aquí también una política y una acción social, que con serlo y según lo exigía el orden de la naturaleza de las cosas, tenía su inspiración sobrenatural. Conexión relativamente insospechada… Jamás, en el pensamiento de Ramière, se podría es­cindir el Apostolado de la Oración de la necesaria dimensión social de toda vida cristiana, como tiene una dimensión social la soberanía universal de Jesucristo.

El Apostolado de la Oración, en la concepción genuina de Ramière, venía a insistir en dos realidades, la divinización del cristiano por la gracia y el pueblo de Dios que camina hacia la consumación del Reino mesiánico. De modo que se presentaba, evidentemente, con un carácter a la vez de fin y de medio. Porque no se trataba úni­camente de la santificación individual, como perfección del hombre "solo", sino de la santificación del nombre de Dios, así en la tierra como en el cielo, por la entera humanidad en la glorificación, por la vida de las naciones, del Verbo de la Vida, por quien existen los tiempos y a cuyo Reino se ordenan todas las edades de la historia, según enseñó el apóstol, "en orden a su realización en la plenitud de los tiempos, de recapitular en Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra" (Ef 1, 10), lo que exige la edifica­ción de la sociedad de los hombres según la voluntad divina, porque de otro modo se cae en el absurdo de dos conciencias y dos existencias. Pero Cristo es sólo uno, y no admite ni división ni partición.

La expresión nítida del fin a alcanzar surgía fuerte y pujante en las páginas de Ramière. De hecho El Apostolado de la Oración, al que el mismo Ramière añadía las palabras Santa Liga de corazones cristianos unidos al Corazón de Jesús para obtener el triunfo de la Iglesia y la salvación de las almas, adoptó como lema la segunda petición del padrenuestro: ADVENIAT REGNUM TUUM. El Reino es el tema central del mensaje de Cristo, y a él se refiere como núcleo toda la entera Escritura. El problema no radicaba ni radica tanto en esto como en entender su contenido y dimensión histórica. Respecto a lo segundo, la segunda de las obras mencio­nadas, Les espérances de l´Église, estaba dedicada a presentar al gran público las leyes y el fin de la historia, desde el impacto que había supuesto la secularización política y social de la Revolución francesa en la conciencia cristiana. La razón meta­física y la fe teologal coinciden en afirmar la gloria de Dios como fin de todo lo creado, siendo del todo contrario al amor divino que aquel por quien todo ha sido creado, su Hijo Unigénito, no sea glorificado en la creación en su existencia histó­rica por el conjunto de los pueblos. Por lo demás, las ideas modernas, en lo que tienen auténticamente de progreso, lo habían tomado del esquema cristiano: la li­bertad, igualdad y fraternidad de los hombres sólo será posible, como trágicamente lo confirma una experiencia ya más que secular, cuando el Evangelio de Cristo pre­sida la cotidianeidad de los individuos y las sociedades llegando a ser una sola socie­dad universal de hombres divinizados en la Iglesia. Esperanza que anuncia la Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y que se infiere de la acción armó­nica de la Providencia, que guarda en todo justa proporción, de modo que la vida, muerte y resurrección de Cristo mostrando un cerrado paralelismo con la existencia del pueblo de Israel, no lo muestra menos con el nuevo y definitivo pueblo de Dios, siendo así que los discípulos no son menos que su Maestro en cuanto a la negación y la muerte, tampoco lo son menos en cuanto a la afirmación y su glorificación tras la resurrección.



La conexión entre las dos obras referidas, sobre los mismos textos de Ramière, fue recordada por el que fuera ilustre catedrático de metafí­sica de la Universidad de Barcelona, Jaime Bofill: "Las esperanzas de la Iglesia es una obra rigurosamente comple­mentaria de El Apostolado de la Oración. Dice el P. Ramière en su intro­ducción a la primera: «…en una obra titulada El Apostolado de la Oración hemos indicado ya el medio más universal y eficaz de realizar las esperan­zas de la Iglesia y de acelerar la salud del mundo. Remitimos a este opús­culo a aquellos de nuestros lectores impacientes de conocer en concreto lo que tienen que hacer para cooperar, en la medida de su poder, a esta magna empresa… Estas dos obras se complementan mutuamente: una indica el objetivo a que podemos aspirar; la otra traza el camino que debe conducirnos a él; el segundo dirige la acción; el primero es­timula nuestro valor. ¿Cuál de ambos resultados es de mayor utilidad práctica? No sabríamos decirlo. Sin duda la oración es un gran deber, de­masiado olvidado en nuestro siglo; pero la esperanza es un gran deber también, y dudamos que se cumpla mejor hoy de lo que se cumple la ple­garia. Si ésta es el principio de todas las gracias, la esperanza es el móvil de la plegaria misma. Un soldado sin esperanza es un soldado desalentado: mas entonces, ¿de qué le servirán las armas por poderosas que sean?».

Y continúa Bofill declarando lo esencial de la asociación del Apostolado de la Oración: "Quien reflexione sobre el pensamiento e intentos del P. Ramière, echará de ver que la naturaleza de dicha asociación no sería adecuadamente comprendida, si uno se limitara a considerarla como una asociación dedi­cada a la oración; o a fomentar el espíritu de oración; o, incluso una forma de oración: la que se realiza en unión expresa al Corazón de Cristo, fuente de la caridad, y en cuya devoción se condensa «la religión entera». Quien aquí se detuviere, en efecto, olvidará lo que el propio P. Ramière acaba de llamar los móviles de la plegaria misma. Ahora bien, este móvil es un móvil apostólico desde la primera iniciación del Apostolado por el P. Gautrelet; ya que éste propuso a sus discípulos suplir por la oración un trabajo misional que no les era materialmente posible. Pero la finalidad úl­tima de todo apostolado y «misión» de la Iglesia es el Reino universal de Cristo en el mundo, como anticipo de su Reino en el cielo".[7]

Las palabras precisas de Bofill ponen de relieve la intención genuina del P. Ramière en la misión del Apostolado al darle como lema el mismo núcleo de su ora­ción, según se adelantó, adveniat regnum tuum. Porque lo que es necesario aclarar es, primero que este Reino es universal en su destino y alcance, no siéndole nada ajeno; segundo, que siendo el Reino sobrenatural, informa todo lo natural; ter­cero, que se constituye como fin absoluto y propio de la Iglesia en orden a res­taurar todas las cosas en Cristo; cuarto, que su vida es la gracia que arranca del Es­píritu; quinto, que tiende a establecerse como Reino de amor, paz y justicia; sexto, que lógicamente el medio que a él se ordena ha de ser sobrenatural, y éste es la ora­ción de unión al Corazón de Cristo; séptimo, que por lo mismo que se ha declarado nada quita al orden natural, sino todo lo contrario, se ayuda de los mismos medios naturales y en su debida proporción. Es evidente, en este sentido, que no sólo no se resiente de la acción política y social, sino que éstas, tan importantes como lo sea el mismo bien humano, recibirán de su orientación sobrenatural su mayor empuje en cuanto se ordenen, sin confusiones y también sin escisiones, al Reino de Cristo, y por lo tanto a una efec­tiva ordenación social cristiana en la que la persona sea medida por su regla, esto es, por Dios.

Justamente por ello, y atendidas las modernas condiciones de existencia, Ramière acudió a uno de los medios más poderosos y fecundos para actuar sobre la opinión pública y procurar la formación apostólica de los entendimientos y de las voluntades. En 1861 veía igualmente la luz el primer número del Messager du Cœur de Jésus, bulletin mensuel de l´Apostolat de la Prière, sous la diréction du Révérend Père H. Ramière. Envuelto en cubierta de rosa pálido, treinta y seis páginas de aspecto pobre impresas en Puy por Marchessou. No obstante, esta sencilla publicación sig­nificaría uno de los casos más relevantes de toda la prensa universal. A la muerte de Ramière, veintitrés años después, la revista sumaba doce ediciones en lenguas extranjeras: ita­liano, alemán (2), español (3), húngaro, bohemio, flamenco, holandés, polaco y portugués. Cincuenta años más tarde -1934- los números de Parra hablarán por sí solos, 68 ediciones diferentes en 42 idiomas. La revista servía de órgano de comu­nicación y difusión; su estructura, pensada por el mismo Ramière, tendía a hacer presente la dimensión apostólica de la Iglesia en las nuevas situaciones y en las difi­cultades de todo tipo planteadas a la penetración del Evangelio y de la gracia. Estos intereses y dificultades se presentaron bajo la forma de intenciones, una cada mes y se acompañaba de un extenso comentario. Con un goteo persistente y cons­tante se iba desgranando toda una visión de la realidad, de la historia y del futuro. Por ejemplo para un año cualquiera, como puede ser el de 1867: los intereses de la religión católica en Austria, la unión de los defensores de la Iglesia, el retorno de los israelitas a la verdadera fe, la difusión del Apostolado de la Oración, las familias cristianas, los jóvenes cristianos, las jóvenes cristianas, la perfecta unión de los pueblos cristianos, el concilio general, las obras de apostolado juvenil, los niños que se despiertan al uso de la razón, los defensores del Pontificado[8].

Ramière se mantuvo al frente de la revista desde enero de 1861, en que aparecía, hasta enero de 1884 en que falleció. Y era su redactor principal: la parte dogmática y el desarrollo de cada intención mensual la reservaba a su pluma; pero incluso con frecuencia la situación mundial de la Iglesia, nación por nación, se des­granaba por sus manos, así como la crónica del mismo Apostolado. Y como escri­bió Parra: "…¡oh!, era al mismo profesor en Vals o en el Instituto Católico de Toulouse, predica todos los años numerosos retiros eclesiásticos; confesaba, dirigía, recibía; aparecía en todas las asambleas católicas, componía obras y opúculos de polémica"[9]. A lo que puede añadirse una impresionante correspondencia no sólo de or­den personal, sino la misma del Apostolado de la Oración con los cinco continentes y sus numerosos desplazamientos tanto en Francia como los que le llevaron a otros países y particuarmente a Roma.

Esta inmensa producción escrita, Le Messager du Coeur de Jésus, alcanzaba al final de su vida un total de 44 volúmenes, y a la que se agregó durante la época del Con­cilio Vaticano I el Bulletin du Concile (36 números), considerado una fuente nada despreciable para el conocimiento de polémicas y avatares de orden doctrinal e his­tórico, y a partir de 1878, Le Petit Messager du Cœur de Marie, que llegaría a reba­sar en tirada al mismo Messager. Con carácter póstumo se editaron tres libros en los que se recogía una pequeña aunque significativa parte de su vasta producción en la revista a lo largo de los años, Le mois du Sacré Cœur[10], Le Cœur de Jésus et la divinisation du Chrétien[11], Le règne social du Cœur de Jésus[12]. La segunda de las mencionadas, centrada en el grandioso misterio de la divinización es, sin duda alguna, de las aportaciones de mayor trascendencia a la profundización en la realidad del cristiano y que, junto con L´Apostolat de la Prière y Les espérances de l´Église, mayor reso­nancia ha tenido en el más alto magisterio de la Iglesia a lo largo de todo el siglo XX.[13]

La publicación en 1861 de la nueva edición de L´Apostolat de la Prière y la aparición en ese año del Messager dieron vuelos a la obra. Una estadística doce años posterior -1873- recogida en la sexta edición de la obra mencionada muestra que el Apostolado de la Oración estaba erigido en 83 diócesis francesas con un total de 9126 centros, y en todas las belgas (1213 centros) y suizas (102), funcionando además en Inglaterra e Irlanda (146; 159), Alemania y Austria (4139; 121), Países Bajos (364), España (1438), Italia (2653), Portugal (78), Malta (1), Grecia (4), Chipre (4), Turquía (3), Asia (18), Hindostán (19), Africa (18), Guinea (1), Reunión (39), Mauricio (11), Madagascar (20), Canadá (203), Nueva-Bretaña (11), Estados Unidos (451), Antillas (12), Méjico (2), Guatemala (2), Colombia-Nicaragua (14), Guayanas (12), Ecuador (15), Venezuela (4), Chile (24), Australia (37), Oceanía (6), arrojando un total de 20.474 para esta fecha. En septiembre de 1883, pocos meses antes de su muerte, los centros sumaban un total de 35.600 en 45 países con 3.000.000 de inscritos. Sólo en Francia sumaban 17.002 centros.

La apertura de criterio y visión de Ramière encierra, sin embargo, otro dato más revelador aún. El Apostolado de la Oración no estaba llamado a competir con ninguna asociación, sea cual fuere su dimensión o fin particular. Por el contrario, se ordenaba a favorecerla dando impulso a la consecución del fin. Las páginas del Messager estaban abiertas a cualquier iniciativa favorecedora de los intereses del Reino de Cristo. Por lo mismo, llamaba a penetrar con este espíritu las órdenes y congregaciones religiosas. Sobre la misma fuente de 1873 se nos ofrece una esta­dística de las órdenes adheridas hasta entonces y suman 60. Aparte su fuerza pro­piamente espiritual, debe observarse la posibilidad de difusión que encerraba este contacto con una presencia social tan importante como la de los religiosos y religio­sas.

Quizá por aquí pueda medirse, a pesar de lo frío de los datos estadísticos, el influjo del pensamiento de Ramière. Ramón Orlandis redactaba unas cuartillas en 1934 en las que resaltaba el sentido más profundo de toda esta obra. Su alcance verdadero se encontraba ligado al espíritu del mensaje de Paray-le-Monial (1675), por el que se daba a conocer no sólo una piedad que buscaba la vida con Cristo, sino también una dimensión social y política, que en su tiempo no fue atendida y que, sobre las palabras de san Pablo, instaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra, se presentaba bajo la esperanza del reinado del Amor. Las palabras misteriosas, edificaré mi reino sobre las ruinas del imperio de Satanás, cobraban una claridad antes no existente ante los estragos religiosos, políticos y sociales de la Revolución. Dice así Orlandis: "… el P. Ramière buen conocedor de las dificultades y peligros de nues­tros tiempos, lleno por una parte de celo y de caridad verdadera y por otra del sentimiento de la impotencia de los esfuerzos humanos; pertrechado con una buena provisión de ciencia teológica y social, y sin duda dirigido y llevado del Espíritu de Dios, propone todo un sistema de ciencia espiritual y de sociología sobrenatural. Este sistema puede reducirse a pocas verda­des fundamentales y aun cifrarse en dos principios, que son: el primero, el Corazón de Jesús es el centro de toda vida cristiana y espiritual, por ser fuente y origen de todas las gracias y dones que Dios hace al hombre, de todos los beneficios que le otorga en orden a su santificación y diviniza­ción; el segundo: el Corazón de Jesús es principio único y divinamente eficaz de toda restauración y renovación social en el reinado de su Amor"[14].

Apuntemos in fine algunas referencias de nuestra historia contemporánea y tres pasajes del Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium.

El P. Ramière fue quien promovió la petición de varios cientos de obispos elevada a la Santa Sede para que fuera consagrado el género humano al Sagrado Corazón de Jesús, obteniendo del beato Pío IX tan solo la consagración de la Iglesia en 1875. Años después, mediando particular intervención divina, llevaría a cabo dicha consagración del género humano S.S. León XIII, declarándola “el acto más importante de nuestro pontificado”, mediante la encíclica Annum Sacrum (1899). El siervo de Dios Pío XII recordaría la resonancia eclesial de dicho acto en su encíclica programática Summi Pontificatus (1939).

La introducción litúrgica de la solemnidad de Jesucristo Rey por S.S. Pío XI en 1925 (enc. Quas primas) fue preparada por los movimientos de consagración familiares, sociales y nacionales promovidos de manera determinante por el Apostolado de la Oración, y que para el caso español da cuenta de la serie de monumentos que pueblan nuestra geografía como reconocimiento y afirmación de la Soberanía Social de Jesucristo, destacando por su valor intrínseco el del Cerro de los Angeles. Solemnidad que ha pasado a culminar el tiempo litúrgico de la Iglesia, con motivo de la reforma conciliar.

De la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium:

“La Iglesia, o reino de Cristo, presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Comienzo y expansión significada de nuevo por la sangre y el agua que manan del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34)”. (n.3)

“Como el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18, 36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino, no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario fomenta y recoge todas las cualidades, riquezas y costumbres de los pueblos en cuanto son buenas, y recogiéndolas, las purifica, las fortalece y las eleva. Pues sabe muy bien que debe recoger juntamente con aquel Rey a quien fueron dadas en heredad todas las naciones y a cuya ciudad llevan dones y ofrendas [cf. Salmo 71 (72), 10; Is 60, 4-7; Apoc 21, 24]. Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu”. (n. 13)

Cristo Jesús, Supremo y eterno sacerdote, deseando continuar su testimonio y su servicio por medio también de los laicos, los vivifica con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a toda obra buena y perfecta. Pero a aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por eso los laicos, ya que están consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan cada vez más abundantes los frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en "hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo" (I Pe 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, se ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, en cuanto adoradores, obrando santamente en todo lugar, consagran a Dios el mundo mismo”. (n. 34)


[1] «Le Coeur de Christ et la Compagnie de Jésus», Vie consacrée, junio 1997, pp. 156-157; reprod. en Christus, mayo 2001, pp. 156-160; subrayado nuestro.
[2] Lyon-Paris, LXXXI-407 p.
[3] Lyon, XXVIII-758 p.
[4] Le Puy, XX-434 p.
[5] Avant-propos, L´Apostolat de la Prière, éd. 1874. Citado por Parra en la obra colectiva Le Père Henri Ramière, Toulouse, 1934, p. 70-71.
[6] De este modo lo comentaba en 1951 la revista barcelonesa Cristiandad: "En la Encíclicca «Mystici Corporis Christi», Pío XII señala entre las causas de la nueva luz que ha recibido en los tiempos modernos esta doctrina del Cuerpo místico, «el culto más intenso al corazón de Jesús, de que hoy nos gozamos». El P. Sebastián Tromp S. I. en la edición publicada por «Textus et documenta» de la Universidad gregoriana, comentando esta afirmación del Papa cita entre cuatro obras acerca de este punto los dos libros del P. Ramière: «El Apostolado de la Oración» y «El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano». El P. Ramière es pues indiscutiblemente uno de los primeros y más consecuentes apóstoles de esta doctrina en los tiempos recientes; y uno de los más eficaces impulsores de su popularidad.
El argumento verdaderamente genial desarrollado en la Introducción de esta obra contiene la misma doctrina que Pío XII expone en varios pasajes de dicha Encíclica en la que como es sabido recomienda el Papa el Apostolado de la Oración precisamente como medio eficacísimo para vivir la unión de las oraciones y sacrificios del cristiano al mérito redentor del sacrificio de Cristo.
Citamos dos párrafos de la encíclica que contienen el pensamiento mismo que impulsó al P.Ramière:
«Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante: que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo». «Si muchos por desgracia, viven aún alejados de la verdad católica y no se someten gustosos al impulso de la gracia divina, se debe a que ni ellos ni los fieles dirigen a Dios oraciones fervorosas por esta intención. Nos por consiguiente, exhortamos una y otra vez a todos a que, inflamados en amor a la Iglesia, a ejemplo del divino Redentor eleven continuamente estas plegarias»". 173 (1951), p. 245.
[7] Las esperanzas de la Iglesia, Cristiandad 335 (1959), p. 135.
[8] Cf. Parra, en la obra colectiva Le Père Henri Ramière, Toulouse, 1934, p. 90 y 91.
[9] Ibid., p. 80.
[10] Toulouse, 1890, IX-566 p.
[11] Toulouse, 1891, 617 p. Reeditado en lengua española por Scire, Barcelona, 2004.
[12] Toulouse, 1892, 637 p.
[13] Cf. Tromp, S. Impensior denique sacratissimi Cordis Iesu cultus. Textus et documenta. Universidad Gregoriana. Roma.
[14] Pensamientos y Ocurrencias, Cristiandad 269 (1955), p.200-203.
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