Viernes, 19 de abril de 2024

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¡Convertíos!

por Guillermo Urbizu


Casi recién abierto el evangelio de san Mateo, en su capítulo 3, comienza lo que para mí es el resumen esencial de la doctrina cristiana, de la vida cristiana. Jesús ha querido ser bautizado por Juan el Bautista y de este sencillo modo tenemos con nosotros a la Santísima Trinidad en pleno. El Padre habla: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto”. Y poco antes descendió ante los presentes, en imagen de paloma, el Espíritu de Dios. A Jesús me lo imagino recogido en oración, recién salido de las aguas del Jordán, húmedo su cabello… Los bautizados: hijos de Dios. Mientras, todavía resuenan en los oídos de todos los presentes, y de los que seguimos contemplando la escena -una escena viva y que nos atañe muy personalmente-, las palabras de Juan, con su peculiar atuendo y el grave énfasis de su voz, de su alma: “Convertíos, porque está llegando el Reino de los Cielos”.
 
¡Convertíos! No pocas veces, por lo que a mí respecta, parece que el Bautista predica en mi personal y desconcertante desierto, en un páramo de excusas y circunloquios. Convertíos. Venga hombre, ya es hora de ser consciente del bautismo. ¿Actúo como un hijo de Dios las 24 horas del día? ¿Sí? ¿No? ¿Por dónde anda mi vida? Jesús se adentró conmigo en el desierto. Con cada uno. A todos nos tenía en su Sagrado Corazón. Le esperaban cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Días y noches de íntimo diálogo con el Padre en la unidad de un Amor eterno. Nos muestra el camino para esa conversión que todos necesitamos: hablar con Dios, con pequeñas mortificaciones, con un estilo de vida sobrenatural y austero.

Permitió el Padre que Dios Hijo también sufriera tentaciones. El diablo acecha en la debilidad, en la soberbia, en el esplendor del mundo a cambio del alma. Salió indemne, venció. ¿Y nosotros? Pecamos a mansalva. Y muchos de los pecados -yo diría que casi todos- vienen por descuidar esa cotidiana oración del corazón y ese ayuno (que yo sepa la mortificación no se ha pasado de moda en la ascética cristiana, que yo sepa la mortificación frecuente de los sentidos y de las apetencias son camino de virtud, de santidad). Pecamos. ¿Y qué uso hacemos del perdón de Dios, de la confesión?
 
Jesús va de Nazaret a Cafarnaún. Y nosotros con Él. Porque mal que bien hemos decidido seguirle. Quizá por curiosidad, o por la costumbre. ¿Ponemos atención a lo que predica, o nos desvanecemos en las innumerables cabriolas de la imaginación? Cada vez le sigue más gente. No pocos en secreto. Otros a rachas (yo debo ser de estos). Su mirada causa estragos. Es curioso. Jesús parece tener un estribillo. Es el mismo de Juan el Bautista. Insiste en ello. Debe de ser un asunto importante, o no lo diría. “Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca”. Si insiste es porque no cambio, porque no cambiamos. Si insiste es porque no pongo los medios para hablar con Él, para comprometerme con Él, para enamorarme de Él.

Dilato la decisión de entregarle mi vida. Y es entonces cuando Jesús nos sale al paso, como en el evangelio de Mateo se relata (Cap.4, 18-22). Pasea “junto al lago de Galilea”. Como pasea por las calles de nuestras ciudades o pueblos. Vio a Simón, “llamado Pedro”, y a su hermano Andrés; y vio luego a Santiago y a Juan, también hermanos que estaban con su padre “remendando redes” (me gusta pensar en una conversación de Cristo con ese padre). Paseaba y les vio. Pasea y nos ve. Me ve. Ahí está Su mirada. Una mirada que imanta al alma. Una mirada de amor. Escribe santa Faustina Kowalska en su Diario: “La mirada del Señor traspasó mi alma por completo y ni siquiera el más pequeño polvillo se escapó a su atención”.
 
Podríamos poner pies en polvorosa, escabullirnos. Podríamos. Podemos. Puedo. No pocas veces lo hacemos, lo hago. Pero hoy no. –“Seguidme y os haré pescadores de hombres”. La vocación cristiana: el encuentro personal con Cristo. Desde entonces son muchas las mujeres y son muchos los hombres que Le han seguido, que Le siguen. Predicando, haciendo apostolado, dando ejemplo de vida cristiana en el trabajo y en el foro, y cuando vienen mal dadas (o bien dadas). Sin extravagancias. Frecuentando los sacramentos y la oración. Bregando con las dificultades. Con esa alegría que proporciona el trato asiduo con el Padre.

Jesús sigue paseando a nuestro lado. Sigue curando a los tristes, a los sufrientes, a los “endemoniados, lunáticos y paralíticos”. “Los curaba”. Nos cura y nos abraza. Y nos susurra al oído las bienaventuranzas y el Padrenuestro. Nos enseña a rezar y a conocer la esencia de lo humilde y de lo pequeño, del sentido del sufrimiento, de la limpieza de corazón, de la paz, de la justicia y de la caridad. En definitiva, de la santidad. Escuchamos, Le miramos… Y Él nos mira a cada uno con toda la plenitud de Su misericordia. Y dará Su vida por mí en la Cruz, y nos dejará a Su Madre como nuestra Madre, y resucitará, y se acabará quedando en los Sagrarios y en las almas que Le dejen un poco de sitio.
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