Viernes, 19 de abril de 2024

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Grande de verdad (Santo Tomás de Aquino)

por Javier Sánchez Martínez

Como lumbrera de la Iglesia, santo Tomás sigue brillando. A nadie le cabe la menor duda. Muchos pretendidos "teólogos" que simplemente son voces mundanas que se apartan de la fe y quieren transformar la Iglesia (y se califican de "profetas"), han pasado y siguen pasando, y no queda más que un vago recuerdo de ellos y del daño que sembraron. No son nada y nunca lo fueron; pero santo Tomás, con su construcción teológica firme y el método de su pensamiento, no pasa sino que permanece como segura referencia.



Fue verdaderamente grande. Sus contemporáneos lo sabían y lo reconocían (aunque esto no evitase las envidias de los mediocres sino que las acrecentaban) sobre todo en el ámbito académico de la Universidad de París. Quien brilla con luz propia, sin quererlo provoca la envidia de los que son incapaces de nada excepto de medrar.


Pero esta grandeza de santo Tomás, grandeza no sólo de pensamiento sino grandeza de alma, iba unida en él a una sencillez -simplicitas- admirable que, para quien no lo conocía o sabía quién era, le resultaba un fraile muy normal, normalísimo, más bien callado y ensimismado, ajeno a la vida social (para él, una pérdida de tiempo estar "alternando" con lo que tenía que rezar, pensar, escribir y predicar). La verdadera grandeza de alma se muestra en la normalidad de una vida que no exhibe lo propio, sino que son los otros quienes tendrán que descubrirlo; no ostenta títulos, saberes, amistades, influencias o trabajos pasados, sino que oculta lo propio con discreción, silencio, humildad y un saber estar constante, aunque los demás lo menosprecien porque en apariencia no es nadie. Anécdotas de este género las hay abundantes en la biografía de santo Tomás. Y siempre ha sido así: algunos más sencillos pueden "viajar" a Oriente y contarlo como si hubieran ido al pueblo de al lado, sin darle mayor importancia, y otros viajan al pueblo de al lado y lo cuentan como si hubieran ido a Oriente, ponderando con exageración todas las cosas.


Esa humildad profunda de santo Tomás nace de una sincera piedad, casi candor, en el trato con el Señor. Sólo a Él quería como recompensa. Acudía al coro gozoso, como buen fraile dominico, para el canto del Oficio divino, necesitaba orar en silencio ante el Sagrario, se extasiaba ante el Crucifijo y así escribía, y sus viajes eran viajes en silencio, con su inseparable secretario, para orar, contemplar, y seguir escrutando, en la medida en que la razón puede, el Misterio de Dios.


Santo Tomás, aun remontándose con su agudísima especulación a las cumbres más altas de la razón, era como un niño ante los sublimes e inefables misterios de la fe; solía arrodillarse delante del crucifijo y al pie del altar, implorando la luz de la inteligencia y la pureza de corazón que permiten escrutar lúcidamente los secretos de Dios . Reconocía gustoso que había aprendido más en la oración que en el estudio , y mantenía tan vivo el sentido de la trascendencia divina que ponía como condición primordial, previa a cualquier investigación teológica, este principio: “En esta vida tanto más perfectamente conocemos a Dios, cuanto mejor entendemos que sobrepasa toda capacidad intelectual” . Y hay que considerar esta afirmación no sólo como la tesis principal y como el fundamento del método de investigación que da lugar a la llamada teología “apofática”, sino también como muestra de su humildad intelectual y de su espíritu de adoración (Carta del Papa Pablo VI al Maestro general de los dominicos en el VII Centenario de la muerte del Doctor angélico, 20-noviembre1974, n. 12).


Su teología posee como fundamento su profunda piedad, su espíritu de contemplación. ¿Acaso se es teólogo si no se es orante sincero? ¿Acaso la piedad y la devoción están reñidas con la razón, la filosofía, la teología académica, científica, la investigación y el pensamiento? Porque junto a la humildad verdadera un segundo criterio de toda grandeza es la piedad, el afecto por Dios, vivido en la plegaria, en la liturgia y en la contemplación. Si no es así, habrá mucho ruido y fascinación, pero todo vacío. Los mediocres jamás alcanzan una vida interior que sostenga el ser personal; tampoco entienden que otros puedan tener vida interior. 


Tomás de Aquino fue grande en muchos aspectos. Con estos rasgos no tanto de su pensamiento cuanto de su vida, podemos atisbar algo de su grandeza. Nos toca, claro, aprender de él y de su vida santa.


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