Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Trillizas con once años de diferencia


No hay que ser ningún experto para entender que es mejor, en principio, que a uno le dejen desarrollarse de forma natural a que le quiten el agua de sus células cuando acaba de comenzar a vivir, la sustituyan con DMSO, le saquen luego el DMSO y vuelvan a inyectar agua tras haber pasado un tiempo a 196º C, y lo implanten en un útero humano.

por Agustín Losada

Opinión

En 1994 los ingleses Adrian y Lisa Shepherd se casaron con mucha ilusión, como suelen casarse muchas parejas. Pero, para su desgracia, el tiempo pasaba, y no lograban ser padres. Al parecer, la mujer tenía un problema en los ovarios que le impedía lograr la concepción. Decidieron entonces acudir a un Clínica de Fertilización de Midland (Inglaterra), donde se sometieron a un tratamiento de reproducción humana artificial. El tratamiento consistió en lo siguiente: Los médicos estimularon de forma artificial la producción de óvulos de Lisa, para lograr recopilar de golpe 24 ovocitos. Después, de una forma más sencilla (por medio de masturbación), se recolectó semen de Adrian. Una vez disponibles los dos ingredientes base (óvulos y espermatozoides), se juntaron ambos en el laboratorio para forzar de forma artificial la fecundación del óvulo por medio del espermatozoide. No he podido encontrar cómo se hizo en este caso concreto, pero puede haber sido simplemente dejando que en una probeta se realizara de forma natural la fecundación, o inyectando a la fuerza un espermatozoide dentro del citoplasma del óvulo.
 
El caso es que, sea como fuere, de esta manera se logró fecundar a 14 de los 24 óvulos. Es decir, que se crearon artificialmente, 14 seres humanos. Con los otros 10 óvulos no se logró la fecundación. Una vez creados, se escogió a dos de ellos y se los implantó en el útero de Lisa. Ambos lograron implantarse y continuaron su desarrollo. De este modo nacieron Megan y Betania en 1998. Dos hermanas gemelas, pero dicigóticas. Es decir, procedentes de diferentes cigotos. Por ello, aunque las palabras se suelen usar como sinónimos, mejor que “gemelas” es más propio llamarlas “mellizas”. Los otros 12 hermanos se congelaron en nitrógeno líquido a 196º C para permitir su posible utilización posterior. Para poderlo hacer es preciso deshidratar previamente las células del embrión, para impedir que estallen al congelarse como consecuencia de la dilatación del agua, que podría provocar la ruptura de las membranas celulares. El agua es, por tanto, reemplazada por un anticongelante, el dimetil sulfóxido, y con esta preparación se introducen en los tanques de nitrógeno líquido, donde, literalmente, el tiempo se detiene para los embriones. Así pasaron 9 años, hasta que el matrimonio decidió tener otro hijo. Entonces, como el problema de fertilidad continuaba, los padres regresaron al centro de reproducción humana asistida para solicitar que les implantaran otro de los embriones. A pesar del tiempo transcurrido, y de la poca experiencia que hay en la conservación de embriones en nitrógeno líquido, se descongeló un embrión. Normalmente, no funcionaría con uno solo. Por eso se implantan normalmente más de uno, para que haya más probabilidades de éxito. Por cierto, también esa es la razón de que cada vez nazcan más hermanos gemelos. Pero los padres no querían que nacieran de nuevo dos hijos: Querían solo uno más. En ocasiones, cuando se produce un embarazo múltiple, se procede a lo que se conoce como “reducción embrionaria”, que es una forma elegante de decir que se aborta a uno de los embriones, procurando no dañar al otro, para darle así más posibilidades de supervivencia al que sigue vivo. No entraremos a detallar las macabras técnicas de reducción embrionaria, que suelen consistir en inyectar sal al corazón del embrión “supérfluo”. El caso es que los señores Shepherd no quisieron arriesgarse y se lo jugaron todo a una carta: Pidieron que les implantaran un solo embrión. A los padres (y a cualquiera en su lugar) les parecía extraño pensar que podrían tal vez tener un tercer hijo que fuera, de hecho trillizo, aunque nacido once años después que sus hermanas. Jamás se habían planteado que tenían a otros doce hijos pendientes de destino, hasta que pensaron que estaría bien tener un hijo más. Así que se lo jugaron a una sola carta: “Si nace un embrión, perfecto. Si no, dejamos de intentarlo.” Tuvieron suerte. El embrión se implantó, y a los nueve meses nació Ryleigh, quien, como no podía ser de otra manera, guarda un curioso parecido con sus hermanas. Las tres fueron concebidas a la vez, en la placa de Petri de un laboratorio. Pero Ryleigh tuvo que esperar once años para nacer. Los padres están muy contentos con sus tres hijas, que de otra manera no habrían podido llegar jamás a existir. Los médicos están muy contentos, al comprobar que la Ciencia es capaz de superar los obstáculos de la propia Naturaleza y forzar la vida donde no parece posible. Todos contentos. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Es que la Iglesia se empeña en ir contra la Ciencia?
 
Ya sé que es un tema polémico, pero sin necesidad de citar a la Iglesia, hay varios problemas en este caso, que hacen de esta opción una opción no ética, y por tanto reprobable. La primera es que en los tanques de Midland Fertility Clinic sigue habiendo once hijos de los señores Shepherd, además de otros muchos de otras parejas. Los cuales, sospecho, ya no podrán nacer jamás. Porque sus padres han cubierto su cupo de hijos. El segundo es el de los posibles problemas físicos que todavía estamos por descubrir en Ryleigh y en sus hermanas. No hay que ser ningún experto para entender que es mejor, en principio, que a uno le dejen desarrollarse de forma natural, a que le quiten el agua de sus células cuando acaba de comenzar a vivir, la sustituyan con DMSO, le saquen luego el DMSO y vuelvan a inyectar agua tras haber pasado un tiempo a 196º C, y lo implanten en un útero humano. Hay otra razón que es algo más complicada de entender. Pero que yo resumo así: Los hijos nacidos “contra” la Naturaleza (o a pesar de ella) están en inferioridad de condiciones respecto a los demás, y sobre todo, respecto a sus padres, de quienes son deudores de una forma mucho mayor que la de los demás hombres nacidos de forma natural. Porque los padres que conciben de forma natural no han hecho nada para que nacieran esos hijos en concreto. Aparte de tener relaciones sexuales, claro está, el resto del proceso es fruto del azar (de Dios, para los creyentes). Al igual que su propia concepción. No hay nadie a quien pedirle cuentas, más que al propio azar. Por el contrario, los hijos de FIV sí fueron creados por alguien. No son fruto del azar. Nosotros no podemos reclamarle al azar haber nacido con ciertas características. Porque no las escogimos nosotros mismos ni nuestros padres. Los hijos de la FIV sí pueden reclamar a sus padres y a los médicos que los seleccionaron a ellos y los manipularon para que vinieran a la vida. Es una sutil, pero crucial diferencia, que marca el contraste de la dignidad humana: Nadie tiene derecho a usar a otro hombre en su beneficio. Ni siquiera (y mucho menos) a su propio hijo.
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