La fortaleza de Dios se manifiesta precisamente en la debilidad. Jesús se hizo débil por los débiles, para ganar a los débiles... Fue herido a causa de nuestra malicia y quedó extenuado a causa de nuestros pecados.
Él se hizo niño, infante,
para que tú pudieras llegar a ser un hombre perfecto;
fue envuelto en pañales
para que tú pudieras desenredarte de los lazos de la muerte;
estuvo reclinado en un pesebre,
para que tú pudieras estar de pie ante el altar;
estuvo en la tierra,
para que tú estuvieras entre las estrellas;
no encontró lugar en la posada,
para que tú pudieras tener muchas mansiones en el cielo.
Era rico, y se hizo pobre a causa tuya,
para que su indigencia te enriqueciera a ti.
Aquella pobreza es mi reiqueza, y la debilidad del Señor es mi fortaleza.
Prefirió hacerse pobre, con el fin de ser rico para todos.
Las lágrimas de aquel Niño lloroso me lavaron a mí;
aquellas lágrimas lavaron mis pecados.
Por eso, Señor Jesús, estoy más agradecido a las inclemencias que sufriste por haberme redimido, que a tu poder por haberme creado.
De nada me hubiera valido el haber sido creado, si no hubiese sido redimido"
(S. Ambrosio, Com. In Luc., II, 53; 41).