Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Trabajamos y esperamos (una esperanza activa y sobrenatural)

por Javier Sánchez Martínez

Trabajamos y nos comprometemos con el mundo, al que informamos (damos forma) según el espíritu de Cristo.
 
Pero... pero lo hacemos llevados de la esperanza cristiana, que mira al Futuro que ofrece el Salvador.
 
Ni nos metemos tanto en el mundo que jamás levantamos la mirada del corazón al cielo, ni tampoco mirando sólo al cielo descuidamos nuestra misión. La esperanza histórica (por así decir) y la escatología han de conjugarse en el cristiano. Y el Adviento es momento oportunísimo de reflexionar sobre esto, para que las pequeñas esperanzas humanas (a veces muy terrenas, muy cortas, muy superficiales) se eleven, iluminen y trasciendan con la verdadera esperanza.
 
 
"Una institución como la Iglesia; universal como la Iglesia; investida de una misión indispensable de salvación como la Iglesia no puede por menos de tener ante sí un inmenso panorama. Libre de intereses temporales que la mantengan vinculada a formas históricas particulares; arrojada en el tiempo y en la sociedad como levadura concreta de vida -de doctrina, costumbres, sensibilidad, ciencia de los valores humanos- y al mismo tiempo consciente de poseer un carisma de inmortalidad y una misión trascendente, el canon del orden natural, la Iglesia navega por el mar de la Humanidad. Navega, es decir, experimenta simultáneamente el doble fenómeno de fluctuar y emerger; es decir, participa en todas las vicisitudes del mundo en el que se encuentra, disfruta de sus ventajas, sufre sus desequilibrios y embates, pero al mismo tiempo está por encima de las olas de las vicisitudes humanas, en cierto alejamiento superior, que corresponde a su finalidad propia, encaminada siempre a un puerto, a un "reino que no es de este mundo" (cf. Jn 18, 36).
 
...
 
Estad atentos: nuestra mirada abarca tres direcciones. No en el espacio, sino en el tiempo. Una va dirigida al pasado; la Iglesia mira hacia atrás con el ojo puesto en el punto de partida que es Jesucristo. Aquí la visión es nítida, si bien entrelazada, con la historia de ambos Testamentos y llena de puntos luminosas todavía misteriosos... Nuestro observatorio tiene otro ojo, también siempre vigilante, pero movible y adaptable a las más diversas perspectivas; es el ojo sobre la escena presente, sobre la realidad histórica,sobre la actual coyuntura en que se encuentran y afrontan la Iglesia y el mundo. Hoy este ojo está abierto más que nunca sobre los "signos de los tiempos"...
 
Hay otra mirada que sale de este observatorio, y es el ojo que se adelanta hacia el futuro; este ojo mira lejos, y su horizonte está envuelto en una nube luminosa que no le deja ver los pormenores, sino que se vislumbra en imágenes, signos, presagios que bastan para asegurar la dirección del camino emprendido y para imprimir al movimiento progresivo de la Iglesia una singular energía, una aceleración segura; es la esperanza final; la certeza del futuro encuentro con Cristo glorioso.
 
¡Hijos carísimos!
 
Quisiéramos que vuestra mirada se detuviese un instante en esta tercera perspectiva de nuestro observatorio, para que podáis sentir en vosotros una maravilla nueva, una alegría más intensa, la de saber que vais hacia un reino magnífico, hacia un puerto espléndido, es decir, hacia una plenitud de vida y felicidad que nos hace comprender qué dicha es la nuestra de ser hijos de la santa Iglesia. Spes autem non confundit, la esperanza no queda confundida (Rm 5,5). La esperanza es el resorte de la actividad, del trabajo, de la abnegación, del progreso, la Iglesia tiene para todos los que se confían a ella el resorte más fuerte.
 
Aquí puede surgir una cuestión muy compleja y, en ciertos aspectos, peligrosa, la del conflicto o armonía de ambas esperanzas; la esperanza temporal, hoy tan creciente y fascinante, y la esperanza cristiana, hoy con frecuencia discutida y olvidada. Habrá que tener cuidado. Un estudioso contemporáneo escribe: "Ahora en este mundo, la Iglesia se enfrenta con una nueva, poderosa, seductora corriente histórica que opone a Ella una especie de escatología rival. Es una forma de naturalismo que presume de conducir a la Humanidad a un fin inmanente a la vida terrena mediante las propias fuerzas del hombre ampliadas con las posibilidades de las ciencias... El naturalismo es sólo difuso en un mundo exterior a la Iglesia, pero presiona la conciencia y el obrar de los fieles, alterando el contenido de la esperanza cristiana. Esta alteración se manifiesta en la preocupación dominante por los bienes terrenos y en la exaltación de los valores de la vida humana". Ciertamente habrá que tener cuidado para no perder la esperanza cristiana, la verdadera, la escatológica, la que debe orientar la vida de la Iglesia y de todo fiel cristiano, hacia el reino de Dios.
 
¡Ante todo y sobre todo el reino de Dios! Pero sabemos que ambas esperanzas, la temporal y la cristiana y religiosa, pueden incluso no oponerse, sino sumarse a la espera y búsqueda de algunos fines superiores, de por sí terrenos, pero coordinados por la caridad al fin supremo de la vida cristiana, como son, por ejemplo, los de dar un auténtico sentido a la existencia real del hombre, dominar el hambre en el mundo, instaurar la justicia, la fraternidad , la paz entre los hombres, promover la unificación ordenada y pacífica de la Humanidad y así sucesivamente, y  esto debe acrecentar la confianza en los corazones de todos, de los jóvenes especialmente, que tanta necesidad tienen de esperanza, y de los hombres preocupados por el destino de nuestro tiempo, y debe granjear a la Iglesia de Dios nueva estima y nuevo amor; desde luego, porque la Iglesia de Dios es fuente de verdadera esperanza. También la esperanza cristiana puede sostener las buenas y elevadas esperanzas humanas"

(Pablo VI, Audiencia general, 25-agosto-1965).
 
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