Viernes, 26 de abril de 2024

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El Prefacio I de Adviento

por Javier Sánchez Martínez

La liturgia es la primera e indispensable fuente y manantial de espiritualidad eclesial, donde los hijos de la Iglesia se nutren, aman a Cristo, adoran al Padre. La espiritualidad recibe un sello, una impronta eclesial, cuando se acerca a los textos litúrgicos y los medita personalmente asimilando la fe de la Iglesia que es expresada por la eucología.

Para vivir el Adviento, por ejemplo, es necesario conocer sus distintos prefacios.

El Prefacio I de Adviento, que se canta hasta el 16 de diciembre, dice bellamente:

 

Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne,

realizó el plan de redención trazado desde antiguo

y nos abrió el camino de la salvación;

para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria,

revelando así la plenitud de su obra,

podamos recibir los bienes prometidos

que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar.

 

Por eso, con los ángeles y los santos, cantamos...

 

 

“Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne”.

 

    Vino el Señor, tomando carne humana en el seno virgen de Santa María. Asume lo humano, humilde (a ras de tierra): la mortalidad, la caducidad, lo perecedero, lo insignificante. Asume lo humano (voluntad, memoria, inteligencia) y el pecado, para que lo asumido pueda ser redimido.

 

“Realizó el plan de redención trazado desde antiguo”.

    Hay una línea continua en la historia para hacerla historia de salvación: todo apuntaba a Cristo. Los profetas señalaban a Cristo, los salmos hablan de Cristo, y Cristo realiza lo que estaba significado en las figuras del Antiguo Testamento: Cristo es el verdadero Abraham, el verdadero Moisés,  el verdadero David...

“Y nos abrió el camino de la salvación”.

    Los cielos estaban cerrados por el pecado de Adán, pero Cristo asume para redimirnos, abre los cielos, se constituye en Camino para nosotros y desde entonces el camino de salvación es la humildad del Verbo Encarnado.

“Para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria”.

    Nuestra esperanza es que Cristo va a venir, Él es la plenitud, la culminación de la historia. Vendrá con gloria, honor y poder, el Señor Glorificado: ¡todo está incompleto hasta que venga el Señor!

“Revelando así la plenitud de su obra”.

    Cuando venga el Señor todo quedará desvelado, Él iluminará todo, la redención llegará a pleno término. Es esa necesidad de plenitud lo que hace que la Esposa clame a su Señor: “¡Ven, Señor Jesús!”.

 

“Podamos recibir los bienes prometidos”

 

    El Señor nos llena de promesas: santidad, redención, vida eterna, Amor infinito... colmando las esperanzas humanas y sobrenaturales. Lo que Él ha prometido nos lo dará. La esperanza, una vez purificada la memoria, anhela lo prometido.

“Que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”

    El Adviento,  purificando la memoria, ordenando lo interior en tensión, en deseos, nos impulsa a esperar con absoluta confianza en Aquel que nos hizo sus promesas. La vigilancia es actitud y deseo del corazón, estar atentos al Señor y a su venida.

 

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