Jueves, 28 de marzo de 2024

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A vueltas con San Pío de Pieltrecina

por Juan del Carmelo

           Hace unos días, escribí una glosa comentando el magnífico libro de Jose María Zavala, sobre los milagros de San Pío de Pieltrecina. Y es el caso que en la escritura de esa glosa me dejé en el tintero, varios comentarios y cosas que decir. Siempre me pasa esto, porque realmente lo que ocurre, es que la glosa, es solo eso, solo una glosa, un comentario corto, extractado, didáctico y bueno, para que nadie salga corriendo cuando comience a leerlo, aunque sobre lo de bueno, ya me gustaría que lo que escribo,  fuese así, aunque algunas veces hay amables lectores que me dicen que es buena la glosa, y no se pueden imaginar lo que esto nos estimula a los que estamos metidos en este oficio, porque como dice el dicho: No hay arte ni artista sin público. Por consiguiente, la glosa no es un tratado y al que escribe, muchas veces se le olvida esta regla fundamental, y se mete en jardines explicativos, que en más de una ocasión, en vez de aclarar, lo que hacen es oscurecer las ideas que se quieren exponer.

 

            El libro de José María Zavala cala en su lectura tan profundamente, que son muchas las reflexiones, que se nos vienen a nuestra mente. En la medida en que se avanza en la lectura de este libro, vamos tomando nota de lo que es y representa la grandeza infinita de Dios. Y no es porque este libro se meta en especulaciones teológicas, pero sin hacerlo, nos lleva a consideraciones de orden lógico, sobre lo que es, lo que representan y lo más fundamental, lo que Dios quiere que nosotros veamos en el milagro.

 

            Acerca de cuál es la naturaleza del milagro, de sus efectos y consecuencias, se ha escrito mucho, sobre todo en la época racionalista, de la cual todavía no hemos salido, ya que muchos hombres de hoy en día, tienen la idea y están convencidos, de que los milagros pertenecen al pasado, a otra mentalidad. Con su mentalidad plenamente imbuida en la racionalidad, esta clase de hombre que se considera intelectualmente moderno y avanzado estima que todo fenómeno que se declare "milagro" posee una explicación natural que hay que descubrir. Y con respecto a los relatos de milagros del Nuevo Testamento, opina que estos llamados milagros por gente inculta y corta de luces, se refiere a hechos que quizás  realmente sucedieron o que son más bien el producto de un desarrollo cristológico efectuado bajo el influjo de la fe en Jesús, cuya finalidad fue la de presentarlo como un taumaturgo u hombre divino, a la manera de los hombres divinos de la época en que vivió.

 

            Y no creamos que estas ideas las mantienen en solitario, dos o tres “progres”  que votan a la izquierda, sino que desgraciadamente, las conquistas del demonio avanzan mucho más deprisa de que podamos pensar. Este libro que comentamos, acerca de los milagros realizados por el padre Pío de Pieltracina, y escrito por José María Zavala, no tiene por objeto entrar en confrontación con los modernos racionalistas, apuntados al relativismo que nos invaden, pero sin quererlos pone en la picota a los detractores de la absoluta intervención divina en la vida de los hombres, sea esta realizada por la vía normal diaria, o por esa vía anormal denominada milagro.   

 

            Hasta el comienzo del nefasto siglo, denominado de las luces, que tiene su colofón en la revolución francesa, el tratamiento ideológico y científico del milagro así como su naturaleza se basaba en las ideas de dos grandes doctores de la Iglesia, San Agustín y Santo Tomás de Aquino.

 

            Para San Agustín, el milagro es lo que sucede contrario a lo que nosotros esperamos que suceda, por lo que San Agustín, no contrapone el hecho milagroso con la naturaleza, sino que según él: "Nosotros, impropiamente, decimos que Dios hace algo contrario a la naturaleza cuando lo que ocurre, es que es contrario a nuestro conocimiento de ella”. Para San Agustín, en el milagro no hay excepción alguna a las leyes de la naturaleza, pues la excepción de una ley física, en cuanto prevista por Dios desde toda la eternidad, pasa a formar parte de la misma ley.

 

La postura de Santo Tomás de Aquino, es contraria a la de San Agustín y la definición que este santo da del milagro, tuvo y sigue teniendo una enorme transcendencia. Santo Tomás definió el milagro como un hecho producido por Dios fuera de las leyes de la naturaleza y aún en contra de esas mismas leyes. Para él Dios actúa en los milagros al margen de las causas segundas o al menos de las causas conocidas por nosotros. De este modo reconoce un sólo tipo de milagro, el obrado por Dios, o por Jesús, verdadero Dios, cuando el efecto producido en la naturaleza, personas o cosas, trasciende las fuerzas de toda naturaleza creada, humana o angélica. El milagro es pues, algo que tiene lugar al margen del orden natural.

 

Pero sea de una forma de otra, el hecho incontrovertible, es que el milagro sea realizado por el mismo Dios, o por ángeles o santos, siempre sucede como consecuencia de la divina voluntad. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente. Es la llamada que Él hace a nuestra atención, de esta manera nos recuerda que Él, es el Creador. Sólo quien hizo puede deshacer. Quien construyó puede destruir. Quien dio a la naturaleza sus leyes puede cambiarlas.

 

Nada sucede en el universo sin el consentimiento del Señor. Y así el Señor, en este caso, utilizando el instrumento humano llamado San Pío de Pieltrecina, realizo en vida de este santo una serie de milagros de muy diversas características, que son los que en parte han sido recogidos en el libro que comentamos. Y digo en parte pues fueron innumerables y en el libro se recogen muchos desconocidos y todos ellos con el marchamo de su interés por razón de sus peculiares características, que los destacan de los demás.

 

            De pequeño yo pensaba que toda aquella persona que había sido objeto de un milagro, sea por una curación o por otra razón, o simplemente habían sido testigos directos del milagro, era tal la impresión que les debía de producir que su vida tendría un antes y un después del milagro. Y esto es así y no lo es, pues mientras que hay casos como pueden ser los de los pastores de Fátima o el caso de Santa Bernadette Soubirous en el caso de Lourdes, existen otra infinidad de casos, que como vulgarmente se dice en los que a los testigos de los milagros, estos, les entran por un ojo y les sale por el otro. Así tenemos el caso que se narra en la parábola de Lázaro y el y del rico Epulón, cuando este ya condenado en el infierno le pide a Abraham que envié que resucite para que lo vean sus hermanos en la tierra y crean y Abraham le replica: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite”. (Lc 16,31).

 

            Las mentalidades y la fe, de los llamados a recibir el conocimiento de los milagros, han variado mucho según las épocas. El hombre primitivo era mucho más sencillo e ingenuo y fácilmente se impactaba ante la contemplación de un milagro. El hombre actual es mucho más sofisticado, escéptico, descreído y aunque parezca extraño más “duro de cerviz”, que el propio pueblo hebreo que fue protagonista del “Éxodo” y al que Nuestro Señor  lo calificó de “duro de cerviz”. Por ello el efecto del fomento de la fe, que todo milagro conlleva es muy distinto entre las personas. La mente humana frente a un milagro puede ir desde una fulminante conversión de esta persona, hasta un escéptico olvido casi inmediato del hecho o suceso milagroso. Por ello es de ver que los milagros, salvo casos excepcionales, no son instrumentos de Dios para la conversión y el arrepentimiento, aunque sí en general, tienen el efecto de aumentar siempre la fe de los que son testigos del milagro. 

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

-        San Pío de Pieltrecina, un santo milagrero. Glosa de 05-11-10.

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