Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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De la sinagoga del s.V descubierta en Samaria: unos apuntes históricos

por Luis Antequera

 
            Informan varios medios del impactante hallazgo realizado estos días en uno de los yacimientos que mayores satisfacciones está proporcionando en la investigación arqueológica mundial: Israel. El hallazgo consiste en una sinagoga en Samaria, la tercera de similares características que se descubre, la cual podría datar del s. V d.C., y correspondería a una época en la que la citada región formaba parte del Imperio Bizantino, lejanos los tiempos todavía –aún habría que esperar dos siglos- en los que pasaría a dominio islámico.
 
            Lo que más me llama la atención en el hallazgo y a lo que me propongo dedicar el artículo, es a la solitaria inscripción que ha podido descifrarse en la que se lee: “Este es el Templo”.
 
            A los efectos, no está de más aclarar conceptos que algunos conocerán, pero otros posiblemente no. El primero, la diferencia entre el Templo y las sinagogas, una diferencia que no aparece muy clara ni siquiera a los redactores de la noticia que sirve de base a mi comentario (a los efectos, invito a leer el penúltimo párrafo de la noticia).
 
            En la religiosidad judía originaria, no había más lugar de culto que el Templo, aquél que construyera Salomón en torno al s. X a.C.. El Templo no es sólo lugar de culto, sino que es, además, la Casa de Dios, es decir, nada menos que donde Dios reside en el mundo.
 
            La aparición de las primeras sinagogas en la religiosidad israelí no está del todo clara, pero todo apunta a que sea uno de los resultados del exilio en Babilonia durante el s. VI a. C.. Ante la imposibilidad de rendir culto a Dios en el Templo, y sobre todo, como lugar de reunión para conservar un culto que de otra manera se habría extinguido, habrían nacido en Babilonia las primeras sinagogas judías, en las que se lee y custodia la Torah, se llevan a cabo los distintos oficios religiosos, incluso se educa a los niños, pero que, desde luego, no reemplazan al Templo, ni participan de ese rasgo esencial en él que es su carácter de residencia de Dios.
 
            El Templo pues, quede claro, era uno y sólo uno, el de Jerusalén, destruido en el s. VII a.C. por Nabucodonosor, reconstruido en el s. VI -es a lo que se llama el Segundo Templo- por Esdrás y por Zorobabel, agrandado y reformado en tiempos de Jesús por Herodes el Grande, y finalmente, destruido con carácter definitivo en el año 70 por las tropas del luego Emperador romano Tito.
 
            No obstante todo ello, al Templo de Jerusalén le sale, por decirlo así, un contrincante, que es el Templo del monte Garizzim, en Samaria. Un templo que ilustra perfectamente la rivalidad existente entre judíos (habitantes de Judea en este caso), y samaritanos (o juteos, como los llama Flavio Josefo), a la que tantas veces y tan elocuentemente se refiere el Nuevo Testamento.
 
            Para entender las razones de esa rivalidad, es necesario remontarse un poco en la historia. Al producirse en el s. X a.C. la separación del gran reino davídico en dos reinos, el de Israel al norte y el de Judea al sur, el reino de Israel es conquistado por los asirios siglo y pico antes de que lo fuera el de Judea por los caldeos. Al ser exiliados sus componentes, son reemplazados por nuevos habitantes, los cuales se judaizan de una manera muy rudimentaria, tan rudimentaria, que son despreciados por sus vecinos del sur, los judíos de Judea.
 
            Cuando, como hemos dicho, siglo y pico después es conquistada Judea y sus habitantes llevados a Babilonia, y un siglo más tarde el Rey persa Ciro permite a los judíos retornar a Jerusalén, lo primero que éstos hacen es proceder a la reconstrucción del Templo (el Segundo Templo), pero rechazan la ayuda que con ese propósito les ofrecen los vecinos samaritanos. El rechazo se recoge perfectamente en el Libro de Esdras, componente del Antiguo Testamento:
 
            “Cuando los enemigos de Judá y de Benjamín se enteraron de que los deportados estaban edificando un santuario a Yahvé, Dios de Israel, se presentaron a Zorobabel, a Josué y a los cabezas de familia, y les dijeron: «Vamos a edificar junto con vosotros, porque, como vosotros, buscamos a vuestro Dios y le sacrificamos, desde los tiempos de Asaradón, rey de Asiria, que nos trajo aquí.» Zorobabel, Josué y los restantes cabezas de familia israelitas les contestaron: «No podemos edificar juntos nosotros y vosotros un templo a nuestro Dios: a nosotros solos nos toca construir para Yahvé, Dios de Israel” (Esd. 4, 1-3).
 
            Los samaritanos, en represalia podríamos decir, construyen un templo alternativo, lo que hacen en el monte Garizzim. Un templo al que existen muchas referencias en la obra del gran historiador judío del s. I, Flavio Josefo, como por ejemplo, la que describe la rebelión que desde él, se produce hacia el final del gobierno de Poncio Pilatos, es decir apenas cinco o seis años después de crucificado Jesús:
 
            “Tampoco el pueblo de los samaritanos dejó de cometer disturbios. En efecto, los revolvió un hombre que no daba importancia alguna al mentir y que urdía cualquier cosa para halagar a la masa. Consecuentemente, les mandó que se reunieran con él en la cima del monte Garizim, considerado por ellos el más sagrado de todos los montes, puesto que les aseguraba que, si acudían allí, les mostraría los objetos sagrados sepultados en aquel lugar, siendo Moisés, según él, quien los había enterrado en aquel sitio. Y los samaritanos, considerando creíble su información, tomaron las armas y asentados en cierta aldea de nombre Tirazana, acogían a los que se iban incorporando, con intención de efectuar la subida a la cima de la montaña con una nutrida multitud” (Ant. 18, 4, 1-2)
 
            Una rebelión tan importante que, de hecho, supondrá el cese del procurador que condenó a Jesús, y la orden de volver a Roma a reportar sobre su comportamiento.
 
            Con toda esta información en nuestro poder, es hora de sacar conclusiones. A mi humilde entender, la sinagoga cuyo descubrimiento se nos anuncia, pudiera pertenecer a la familia de sinagogas samaritanas levantadas en torno a la religión judeo-samaritana de Garizzim. Resta saber qué es lo que la inscripción descifrada “éste es el Templo” quiere decir, pero, según entiendo, lo descifrado debe formar parte de una frase más larga en la que se contengan referencias adicionales a dicho templo. Lo que desde luego me parece desechable, es que, contrariamente a lo que lo descifrado parece sugerir, la sinagoga descubierta pretendiera tomar el puesto que en la religiosidad judeo-samaritana corresponde al Templo de Garizzim y sólo a él.
 
 
 
 
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