Sábado, 20 de abril de 2024

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¿Somos avariciosos?

por Juan del Carmelo

¿Lo somos o no lo somos? Me contesto a la pregunta diciendo: A mí juicio, si lo somos y lo peor, es que no nos tenemos consciencia de serlo. Realmente pensamos: Somos buenos, no robamos, no matamos, hasta vamos a misa los domingos y damos de limosna, la calderilla de euros que llevamos en ese, momento y si resulta que esa es poca, algunas veces llegamos hasta dar hasta cinco euros. ¿Qué más se nos puede pedir? Pues mira hijo, se te puede pedir más, ¡muchísimo más! Posiblemente te salves pues la misericordia de Dios es infinita, y solo se condena el que quiere condenarse y no eres tan tonto como para querer ir abajo a las calderas de Pedro Botero, pero lo que si te garantizo es que en el tren de la salvación, no vas a ir en coche cama y ni siquiera en tercera, sino al final en un vagón de ganado, por tu avaricia que es lo que subyace en tus justificaciones.

 

En el parágrafo 2.536 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer: “El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos, prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder, prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales: Cuando la Ley nos dice: “No codiciarás”, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada como está escrito: El ojo del avaro no se satisface con su suerte... (Si 14,9) (Cate. R. 3,37). Para San Agustín: “Si el principio de todo pecado es la soberbia, la raíz de todos los males es ciertamente la avaricia. Porque ¿qué significa ser avaro? No otra cosa que desear más de lo que se necesita”.

 

Mucho se ha escrito, acerca de cuáles son nuestras reales necesidades y no las caprichosas necesidades que nos creamos. No existe ninguna regla para medir un algo, que es completamente subjetivo; ahora bien, lo que sí se puede afirmar, es que en la medida en que aumenta el nivel de vida espiritual de un alma y esta ama más a su Creador, el nivel de necesidades humanas, baja tremendamente hasta alcanzar lo que de verdad es estrictamente necesario, que acuerdo con la posición y estado que Dios haya situado en este mundo a esa alma.

 

Y ¿por qué se genera la avaricia en el ser humano? Nosotros, todos nosotros, hemos sido creados para una eterna felicidad, que es la única que nos puede calmar la sed de felicidad que tenemos. Aquí abajo no podemos encontrar un tipo de felicidad cualquiera que sea su naturaleza, que nos sacie del afán de felicidad que nos atosiga. En este mundo, en contraposición a la escasa y pobre felicidad que aquí podemos hallar, tenemos que hacer frente a una serie de contradicciones y sufrimientos que nos atormentan.

 

Dentro de este cuadro o entorno en el que se desarrolla nuestra vida humana, todo lo anterior nos produce un ansia de tener seguridad. Queremos vivir aquí abajo seguros, seguros de no tener que  pasar penalidades, seguros de que siempre tendremos lo que creemos que necesitamos y si es posible aún más. Y si miramos al más allá, también el que es creyente, ansía tener la seguridad de que las promesas divinas se cumplirán. Y es a partir de aquí, donde entran en función la avaricia.

 

La avaricia es siempre un vicio relacionado con la riqueza. Cuando nuestro nivel de vida espiritual no es lo suficientemente elevado, pensamos que es solo el dios dinero, el que nos puede dar la ansiada seguridad, de que no pasaremos penalidades. Escribe Fulton Sheen y dice: “La avaricia nunca se llama por su nombre lleva el rótulo de: Frugalidad, seguridad, grandes negocios, y empuje. Puesto que cada pecado se disfraza con evasivas semánticas similares, uno debe de buscarlo bajo su nombre moderno. El amasar bienes siempre ejerce sobre el alma, el peculiar efecto de intensificar en ella el deseo de más ganancias. Lo que con frecuencia es lujuria en la juventud, se torna avaricia en la vejez. Si se entregasen a la gran alegría de dar y respondieran a las llamadas de la piedad, sentirían una gran emoción practicando la benevolencia. Mayor es el placer de ejercerla que la alegría de recibir”.

 

Ni el dinero ni la avaricia que él genera, resuelven la situación y solo dan una falsa imagen de seguridad. A lo largo de la vida he conocido en el mundo de los negocios, mucha gente millonaria que era insegura e infelices. Escribe Salvador Canals a este respecto, diciendo: “Cuando se posee y se goza, sobrevienen, infaliblemente, la desilusión y el malestar, y vuelve uno a encontrarse con el corazón árido y las manos vacías”.

 

No queremos ver nuestra avaricia y para justificar lo necesario que es tener dinero, cínicamente se suele decir: El dinero no da la felicidad pero ayuda a ella. Así es, como realmente piensa la mayoría de los creyentes, y no digamos ya, como piensan los no creyentes. Se venera al dios dinero y desde pequeños se nos enseña que hay que triunfar en la vida y sobre todo ganar dinero. San Agustín nos dice: “Sírvanle las riquezas de alivio en tu peregrinación y no de incentivo a tu avaricia; empléalas para satisfacer tus verdaderas necesidades y no tus caprichos. Desnudo viniste al mundo y desnudo volverás al seno de la tierra. Para realizar el viaje de la vida mortal, son necesarios los alimentos y el vestido: conténtate con lo suficiente para el viaje. ¿Para qué te has de cargar? ¿Para qué siendo tan breve el camino, llevar tanto bagaje? Nada te llevarás de este mundo que tanto amaste; pero si llevarás los vicios en que pusiste tus aficiones. Cuanto mayor sea tu apego a esos bienes, tanto más crueles serán las necesidades que te irás creando, la fortuna aumentará tu avaricia”.

 

La avaricia es el signo de que no confiamos en Dios, sino que sentimos la necesidad de ser nuestra propia Providencia. En el salterio podemos leer. “Este es el hombre que no puso su confianza en Dios, sino que confió en sus muchas riquezas y se envalentonó por su maldad” (Sal 51,9). El verdadero origen de la avaricia está en la falta de confianza en Dios. El Señor no desea que pasemos calamidades, pero si desea que nos limitemos a lo necesario. Ejemplo de esto lo podemos encontrar en el suministro del maná, que el Señor daba al pueblo de Israel, durante cuarenta años en el desierto del Sinaí “He aquí lo que manda Yahveh: Que cada uno recoja cuanto necesite para comer, un gomor por cabeza, según el número de los miembros de vuestra familia; cada uno recogerá para la gente de su tienda. Así lo hicieron los israelitas; unos recogieron mucho y otros poco. Pero cuando lo midieron con el gomor, ni los que recogieron poco tenían de menos. Cada uno había recogido lo que necesitaba para su sustento. Moisés les dijo: Que nadie guarde nada para el día  siguiente. Pero no obedecieron a Moisés, y algunos guardaron algo para el  día siguiente; pero se llenó de gusanos y se pudrió; y Moisés se irritó contra ellos” (Ex 16,16-20).

 

Dios quiere que pongamos nuestra confianza y nuestro corazón en Él, no en las riquezas y la Biblia en el antiguo y en el nuevo testamento está plagada de referencias a este deseo divino. Él quiere que vaciemos nuestro corazón de apego al dinero y a las riquezas, porque si nuestro corazón está lleno de amor a las riquezas, no dejamos sitio alguno para que Él pueda entrar en nuestro corazón, lo cual es su mayor deseo.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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