Viernes, 19 de abril de 2024

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Amar la Iglesia católica

por Juan del Carmelo

Etimológicamente, el término “Iglesia” significa “reunión de los llamados”. El término “católico”, todos sabemos que significa “universal”. Y en este sentido el Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 831, nos dice que: “Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano”. Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios, y la Iglesia católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus valores, bajo Cristo, como cabeza en la unidad de su espíritu, porque el catolicismo no es doctrina parcial de exclusiones y limitaciones. Como doctrina que es de Dios, de la Verdad total, es doctrina de síntesis, de incorporación e integración de todos. Tal como señala el periodista italiano Vittorio Messori, la Iglesia ha rechazado siempre ser un grupo selecto, siempre ha querido ser instrumento de salvación para toda la humanidad, sobre todo para los más abandonados para los subdesarrollados, para los no intelectuales para los más débiles.

 

En el documento del Vaticano II “Lumen gentium”, se puede leer: “Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino”.

 

Y sobre todo esto, uno se puede preguntar: ¿Todo esto, porque es así? ¿Dónde se encuentra el origen de todo esto? El origen de todo está y tiene su origen en tres hechos evangélicos, básicos: El primero es la elección por el Señor, de doce hombres que habrían de formar el Colegio apostólico (Mt 10,1-4); (Mc 3,1319); (Lc 6,1319). El segundo es la declaración del Señor en Cesarea de Filipo al pie del Monte Hermón dónde le dijo a Pedro: “Bienaventurado tu Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare yo mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. (Mt 16,1719). Y el tercero es la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio apostólico, es decir, Pentecostés (Hech 2,1-21).

 

La Iglesia, en contra de lo que muchos suponen o piensan no es una consecuencia de los Evangelios, ni una prolongación de una primitiva asociación de cristianos. Los Evangelios fueron redactados bastante después del nacimiento de la Iglesia. Son los Evangelios los que son una consecuencia de la existencia de la Iglesia y no al contrario. Esta idea la expresa Fulton Sheen con otras palabras al decir que: “Fue el Nuevo Testamento lo que salió de la Iglesia, y no la Iglesia lo que salió del Nuevo Testamento”.

 

El Verbo se hizo carne -escribe Royo Marín-  para salvar a los hombres del poder del demonio, para redimirles de la esclavitud del pecado, para mostrarles el camino de la salvación, para restituirles la gracia original y a la amistad con Dios, para desvelarles el misterio del reino de los cielos. Su misión estaba en elevar a los hombres al mundo sobrenatural que habían perdido por el pecado de Adán, no en rebajar el mundo sobrenatural subordinándolo al mundo perecedero hasta ponerlo al servicio de intereses humanos temporales.

 

Y para la realización de esta misión que señala, el Señor teniendo en cuenta nuestra necesidad humana de una seguridad visible, constituyo la Iglesia y la eligió como el canal, para que a través de símbolos visibles, se distribuyeran sus gracias. Y para ello, instituyó los sacramentos, para que supiéramos cuándo y que gracias recibíamos. Pero unos sacramentos visibles necesitaban de un intermediario también visible en el mundo, que fuese el guardián y el distribuidor de los sacramentos, y ese agente visible es la Iglesia que el Señor estableció.

 

La Iglesia como Iglesia, por lo tanto tiene una misión que se extiende más allá de sí misma. Su misión es la extensión del Reino a todas las personas y la transformación del mundo en el Reino de Dios. La Iglesia aparece así  -escribe Jean Lafrance- como la comunidad orante de los que saben que por la oración reciben el poder transformante del espíritu de Cristo, de los que se han hecho sensibles a este poder, capaces de hacer esta experiencia. “La Iglesia es el lugar espiritual en el que el poder de Dios se experimenta constantemente en la oración, es el lugar donde el Espíritu se experimenta como poder, y esta sensibilidad espiritual de los fieles a la presencia y a la acción de Dios es provocada por el Espíritu”. La Iglesia es la gran manifestación, en la tierra, de la gloria, del misterio y del amor de Dios, por ello hemos nosotros de amarla, como algo entrañablemente nuestro, ya que nosotros cada uno de nosotros somos parte de ese todo denominado Iglesia.

 

La Iglesia es el cuerpo del Señor. Sin Él -escribe Henry Nouwen-  no puede haber Iglesia; y sin la Iglesia no podemos estar unidos a Jesús. Todavía no he encontrado a nadie que se haya acercado a Jesús abandonando la Iglesia. Escuchar a la Iglesia es escuchar al Señor de la Iglesia. Tal como decía el cardenal Newman, “…a los hombres aquí en este mundo, no tienen más salida que ser ateos o católicos. De esto sigo convencido: soy católico porque tengo fe en Dios, le contestaré que creo en Dios porque tengo fe en mi mismo, porque no me parece imposible tener fe en mi propia existencia (de la que estoy plenamente seguro) sin creer en la existencia de Alguien que vive en mi conciencia como un Ser Personal que todo lo ve y todo lo juzga”.

 

Escribe Georges Chevrot: “La iglesia conduce de la tierra al cielo. Está compuesta de pecadores que el Señor va purificando sin cesar y conduce poco a poco a la santidad. El trigo y la cizaña conviven. La división tendrá efecto el día en que Cristo vuelva de nuevo a su gloria. Nadie sino los ángeles tendrán derecho a separarlos”. Y hasta que llegue ese día la Iglesia católica permanecerá siempre, porque tal como dijo el Señor en Cesarea de Filipo, “…las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Y asimismo también afirmó el Señor: “Jesús se acercó y les dijo: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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