Sábado, 20 de abril de 2024

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Amar como Cristo nos amó. Benedicto XVI

Amar como Cristo nos amó. Benedicto XVI

por La divina proporción

Cristo nos legó un mandamiento nuevo que es evidente en lo superficial pero conlleva un terrible y maravilloso misterio. “…deben amarse de la misma manera que yo los amo” (Jn 13, 34). 

Es evidente porque toda la vida de Cristo evidencia un profundo e incondicional amor. Incluso cuando reprendía fariseos e hipócritas, lo hacía para remover las murallas de sus corazones. Pero ¿esto es todo? ¿Cómo nos ama Cristo? Miremos a nuestro alrededor.

Hoy en día se promociona el amor aparente, discontinuo y esporádico como un valor positivo. Un amor que busca sentirnos útiles y satisfechos cuando ayudamos a los demás. Un amor en el que nos miramos más a nosotros mismos que a quien tenemos delante en el día a día. 

La grandeza de la humanidad viene determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y el que sufre. Esto es válido tanto para cada uno como para el que sufre. Una sociedad que no consigue aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir, mediante la compasión, a hacer que el sufrimiento  sea compartido y soportado interiormente, es una sociedad cruel e inhumana... La palabra latina «con-solatio», consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un «ser-con» en la soledad, que entonces ya no es soledad. La capacidad de aceptar el sufrimiento por amor al bien, a la verdad y a la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad porque, en definitiva, si mi bienestar personal, mi integridad son más importantes que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte; entonces reina la violencia y la mentira... 

Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor a la verdad y a la justicia; sufrir a causa del amor para llegar a ser una persona que ama de veras, son elementos fundamentales de humanidad; su abandono destruiría al mismo hombre. Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello?...  La fe cristiana nos ha enseñado que la verdad, la justicia y el amor no son simplemente ideales, sino realidades de una enorme densidad. En efecto, nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona- ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. (Benedicto XVI, Encíclica « Spe salvi », § 38-39) 

El texto de Benedicto XVI es para releerlo con tranquilidad muchas veces, ya que nuestra ese misterio que nunca podremos comprender completamente y en el cual, sólo podemos sumergirnos. La solidaridad, tan de moda, sólo es capaz de mojarse los pies en el pozo del amor, ya que busca satisfacernos a nosotros mismos al hacer un bien a los demás. La solidaridad no comprendería estar junto al que sufre, aunque no se pueda aportar nada a su sufrimiento, ya que busca cambiar el mundo sin contar con el mundo. A la solidaridad le falta explorar los túneles de la compasión, el consuelo y la aceptación de la Voluntad de Dios: “si mi bienestar personal, mi integridad son más importantes que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte”. Si en mis acciones filantrópicas busco solucionar problemas ajenos para sentirme bien conmigo mismo, es imposible que Dios actúe a través nuestra y cure la herida del que sufre. La solidaridad es una reedición, edulcorada y políticamente correcta, del dominio del más fuerte. La Caridad, que es Dios que se entrega a través de nosotros, parte de nuestro corazón para ascender hacia el que sufre y dejarnos conducir por la Gracia de Dios. 

La fe cristiana nos ha enseñado que la verdad, la justicia y el amor no son simplemente ideales”. Son mucho más que ideas susceptibles de ser adaptadas a nuestros egoísmos a través de las ideologías del momento. Verdad, Justicia y Amor son Dios mismo que se manifiesta a través de nosotros y llegan a nuestros hermanos.Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8) lo verán actuar a través de sí mismos y entonces lo podremos llegar a ver en los demás. Si somos capaces de ver a Dios en los demás, podremos empezar a amar como Cristo nos amó.

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