Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Adviento, tras las elecciones


El ejemplo de los misioneros católicos es estímulo y sostén para los fieles cristianos y para todo hombre de buena voluntad.

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Cuando escribo este artículo semanal, los españoles están depositando su voto en las urnas. Cuando sea publicado, ya habrán decidido, libre y democráticamente, quiénes van a tener la grave responsabilidad de regir los destinos de nuestro pueblo los próximos cuatro años. Todos anhelamos y deseamos lo mejor para nuestra querida España, para el bien común de ella, en la precisa situación en que se halla. No puedo olvidar, por lo demás, que nos encontramos a menos de una semana ya del tiempo de Adviento. Mi reflexión, por ello, sin desentenderme de los acontecimientos –asegurando, eso sí, mi plegaria, mi colaboración personal, mi felicitación y mis mejores deseos para la formación política que reciba el apoyo mayoritario de las urnas–, se centra en el tiempo de Adviento. En él, la Iglesia pide que se rasguen los cielos, que se abran, y venga a nosotros la salvación, el Salvador, que tantísimo necesitamos. Me centro en el Adviento porque los cristianos podemos y debemos hacer mucho, en cuanto cristianos, en la hora crucial y crítica que vivimos. Somos muchos en España, la mayoría. Como cristianos, por el hecho de serlo, somos invitados a cruzar con el Adviento el umbral de la esperanza: tenemos una responsabilidad muy especial, que surge de la fe y esperanza que anuncia el Adviento, y nos impele a ser consecuentes con lo que somos y esperamos. El cristianismo no es una ideología más o menos duradera. Es la presencia de un hecho único, irrevocable, sin parangón en la historia de los hombres. Este hecho es una Persona: Cristo, que nos ha traído a Dios y nos ha revelado, con todos sus gestos y palabras, que Dios es Amor, lo ha apostado todo por el hombre, y, en favor del hombre, no se reserva ni escatima nada. ¿Cómo no abrirse a esta esperanza tan grande, cómo no secundarla? En medio de signos sombríos, en situación complicada que afecta a todo el mundo, para muchos resultará difícil la esperanza y confiar en palabras proféticas tales como las que escuchamos en el Adviento: «De las espadas se forjarán arados, y de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo». ¿Confiar acaso en ellas cuando vemos cómo las armas de la injusticia originantes de falta de trabajo, hambre, tantas calamidades, se ceban dramáticamente sobre los que padecen esta situación? Por eso, los cristianos, de modo especial, escuchamos una llamada para dirigir nuestra mirada a Cristo, abrir de par en par nuestras puertas a Él. La llamada que en estos precisos momentos escuchamos los cristianos es a caminar a la luz de Jesucristo, a dejar las obras de las tinieblas y de la oscuridad, es decir, a dejar de una vez: el egoísmo, el rencor, el medro personal por encima de todo, el afán y ambición de poder, la pasión de acumular para sí por encima de los otros, el olvido del bien común y la falta del respeto debido a la dignidad personal e inalienable que tiene todo ser humano, la búsqueda de bienestar a costa de lo que sea y de quien sea, la mentira, el engaño, el relativismo, la injusticia, el cerrar las entrañas ante la necesidad y miseria del hermano necesitado, la destrucción de la familia o de la vida, el vivir de espaldas a Dios o como si Él no existiera, etc., etc. Este año el Adviento llama con apremio a los cristianos a pertrecharnos de las armas de la luz, de la Luz que viene, y está en medio de nosotros, para iluminar la oscuridad de nuestro mundo: la luz de la verdad y del amor, «la verdad en el amor».

Por encima de todo está Dios y el hombre, está la familia, está la verdad, está el bien común, está sencillamente el bien, está el amor al hombre que sólo de Dios podemos aprender para amar con ese amor: total, sin medida, desinteresado, gratuito, hasta el extremo, indefectible, que no nos deja solos ni en la estacada, no nos abandona ni siquiera un instante, nos acompaña y cuida siempre, cuya predilección son los pobres y los últimos, siempre perdona y disculpa, ese amor que tantísimo todos estamos necesitando. Sin ese amor por el hombre nada va a cambiar, nada puede cambiar. Ese amor, sin embargo, lo cambia y renueva todo. El Adviento interpela a los cristianos a que abramos de par en par las puertas al amor de Dios. El Adviento este año en los cristianos, sobre todo, debería resaltar, reavivar, la caridad y el amor, en su doble e inseparable faceta de amor a Dios y a los hermanos, que tiene en Dios-con-nosotros (Enmanuel), su hontanar y su meta. En realidad, la certeza y experiencia viva de lo que Dios ha hecho por los hombres, lleva a los cristianos, en la situación actual, a desear y a trabajar porque la forma de vida de todos sea la caridad, la justicia, la amistad que colabora y no se echa atrás en la búsqueda y aportación de soluciones al bien común y de la persona, por encima de barreras, de intereses, de miedos. Este amor es una realidad posible, se abre y se extiende sin cesar, reconoce la verdad y el bien de que es portadora o reclama toda persona, aprecia la razón y la libertad de todos, facilita la búsqueda libre y honesta del bien común, y la cooperación de todos a ese bien. Ese amor, que es amistad, solidaridad, más aún que es caridad más empeñativa todavía que la justicia y la solidaridad, es posible si nos acercamos más a Dios, Dios del amor, de la caridad, amigo siempre de los hombres. Esto, especialmente para los cristianos, se traduce ahora, como señaló la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, en colaborar decididamente en «políticas sociales y económicas responsables y promotoras de la dignidad de las personas, que propicien el trabajo para todos», para tantas familias y jóvenes singularmente afectados; en estar en primera fila de compromiso con «políticas que favorezcan la iniciativa social en la producción y que incentiven el trabajo bien hecho, así como la justa distribución de las rentas», corrijan errores y atiendan a las necesidades de los más vulnerables”. El momento apremiante que vivimos reclama también de los cristianos estar en primera fila en la tutela, promoción y testimonio de la familia y de su verdad, en la defensa y promoción de la vida, y de cuanto haya que hacer ante la emergencia educativa que padecemos y ante la urgencia de una cultura fiel a sus raíces, en un proyecto común. Todo ello entra dentro de la caridad, con su dimensión social y política. El Adviento pide estar vigilantes y despiertos, no cruzados de brazos como espectadores: exige preparar los caminos al Señor que llega, lo cual también comporta cooperar decididamente en la regeneración humana, moral, social, política y cultural de nuestro pueblo. Con Dios, ¡manos a la obra!
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