Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

El islam ataca a los cristianos


La ONU, tan masonizada ella desde siempre, ahora ocupadísima en promover el aborto a escala planetaria, no tiene tiempo de condenar los desmanes de los fundamentalistas musulmanes.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Con harta frecuencia nos llegan noticias de que grupos de islamistas radicales han atacado con gran violencia a personas, centros educativos, templos, etc., cristianos, causando muertes, incendios, destrozos y hasta violaciones de víctimas indefensas. No se trata, quiero creer, de una ofensiva generalizada de todo el Islam, entre otras razones porque el Islam no es un todo compacto y homogéneo, sino que se halla fraccionado en corrientes y sectas (suníes, wahabitas, chiíes, fatimitas, alauitas, etc.), a veces en lucha a muerte entre ellas, como estamos viendo ahora en Irak.

En todo caso, las restricciones a las prácticas religiosas ajenas al Islam, suelen ser muy severas en casi todos los países de predominio musulmán, y no hablemos ya del rechazo total a las conversiones al cristianismo, castigadas incluso con la pena de muerte. O la blasfemia, casi siempre más supuesta o imaginada que real, también es castigada con la muerte. La simple discrepancia con alguna de las rígidas normas religiosas oficiales, cae asimismo dentro del concepto de blasfemia en no pocos lugares de ascendencia mahometana. Esa forma de entender la religión obedece al hecho que en muchos aspectos el Islam sigue anclado en la Edad Media, en la época de su fundación.

Términos como libertad religiosa y aún libertad secular, tolerancia, reciprocidad, etc., abundan poco o nada en los textos canónicos musulmanes. Los líderes políticos y religiosos islámicos, exigen para sí la libertad de acción que la mayoría de ellos no están dispuestos a conceder a los “infieles” dentro de sus territorios. Esta contradicción ya la puse de manifiesto, hace unos veinticinco años, cuando fue inaugurada la gran mezquita suní y centro cultural de la M-30 madrileña, con la presencia del Rey de España. Entonces argumenté, desde las páginas de la revista de información religiosa, “Vida Nueva”, que a la sazón dirigía, y repito ahora, que lo menos que podía exigirse a las autoridades sauditas, mecenas de la obra y su mantenimiento, era que permitieran abrir en Riad, siquiera una capilla, por modesta que fuera, para el culto de los creyentes cristianos, acaso allí todos extranjeros, principalmente sirvientes filipinos y diplomáticos occidentales. Bueno, pues ni caso, empezando por las mismas autoridades españolas, que han olvidado por completo las raíces de nuestra civilización. El principio de reciprocidad (no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti), fundamento del mundo civilizado, no rige para los jeques del petróleo ni Occidente está dispuesto a mover un dedo al objeto de reivindicar un criterio fundamental para la concordia de las naciones. La ONU, tan masonizada ella desde siempre, ahora ocupadísima en promover el aborto a escala planetaria, no tiene tiempo de condenar los desmanes de los fundamentalistas musulmanes.

En este clima de abdicación generalizada de los valores propios frente al expansionismo musulmán, me hace sospechar que las licencias de dos canales de televisión pedidos, uno por un grupo saudí a instalar en San Sebastián de los Reyes (Madrid) bajo el alarmante nombre de Córdoba Televisión, y otro de origen iraní denominado Hispán TV, serán concedidas sin demandar nada a cambio. El camino está expedito para facilitar la invasión de nuevos “Tariqs” y “Muzas”, aunque sin ejércitos. En el intento de penetrar hasta la médula de nuestra nación otrora cristiana, les bastan y sobran los petrodólares, la legión de acomplejados y entregados condes don Julián que ocupan las poltronas oficiales y la falta en muchos de ellos de valores dignos de ser imitados. ¡Ay si don Pelayo levantara la cabeza! Del soponcio volvía morirse, aunque tampoco es necesario empuñar de nuevo la espada al grito de “¡Santiago y cierra España!”. Tendría que ser suficiente defender con la palabra, junto a las buenas normas de reciprocidad, los principios en los que se creen, si es que se cree en lo que debería creerse. ¿Somos occidentales o beduinos?
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